05 julio, 2009

LA MASCARA ERA MICHAEL.....

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La evolución de un mito
EL PAÍS - 2009-07-05

REPORTAJE: VIDA Y MUERTE DE MICHAEL JOSEPH JACKSON
El Rey -del Pop- ha muerto. ¿Larga vida al rey? ¡Larga!, claman frenéticos sus incondicionales queriendo acallar las voces más críticas, si no con su música -incuestionable el legado- sí con su persona. Ha muerto Michael Joseph Jackson. Sin cumplir 51 años. Ha nacido la leyenda, en un mundo que parece necesitado de ellas.

YOLANDA MONGE 05/07/2009

Se le paró un corazón que dicen tenía roto hace tiempo. Se le paró mucho tiempo antes de lo que las estadísticas dicen que debería haber latido. Se le paró no se sabe todavía bien por qué, aunque puede que en unas semanas, cuando se conozcan los resultados toxicológicos de la autopsia, haya un titular relacionado con el excesivo consumo de medicamentos para acallar sus demonios. Durante su torturada vida ingirió y bebió desde Valium hasta morfina, pasando por Xanas, Demerol, OxyContin o Propofol (Diprivan en su marca comercial), un sedante que induce el sueño en las intervenciones con anestesia. "Quiero poder dormir ocho horas seguidas", suplicó a una enfermera que le asistió hasta tres meses antes de su final y a la que reclamó una receta de Propofol.

Existen otros artistas excéntricos. Pero Jackson no se quitaba la máscara al llegar a casa: él era la máscara.
Hay quien fomenta la duda sobre su paternidad. ¿Será porque una fortuna recae ahora sobre sus tres hijos?
AEG se frota las manos ante la idea de editar un DVD con todos los ensayos del espectáculo que estaba preparando
Puede que Michael Jackson muriera refugiado en el mundo de la fantasía que proporciona la química.

Si su vida se pudiera comprimir en capítulos tendría títulos como Sus últimos días; Su torturada infancia perdida; Su extraña vida amorosa; Días extravagantes; La cara mutante; Los escándalos; Su herencia; y por último, aunque no menos importante, Su paternidad. Todos están escritos y todos empiezan como en los cuentos, como en el mundo de Peter Pan que Jackson quería emular sin darse cuenta de que se había convertido en una caricatura de cómic manga.
Érase una vez...
Un niño con tanto miedo a ser rechazado que decidió hacer lo imposible para que la gente le quisiera. Lo imposible le convirtió en un moderno fantasma de la ópera a quien el bisturí destrozó tanto -25 intervenciones de nariz, de implantes de pómulos, de ojos, de barbilla, de borrado de pigmentación...- que habría que haber comprobado sus huellas dactilares para saber que hablábamos de la misma persona -negra- que nació en Gary, Indiana, en 1958. El rechazo que experimentó contra su persona alimentó su ambición de ser la mayor estrella del pop que el mundo hubiera conocido. Jackson estaba obsesionado con las leyendas cuya gloria se catapultaba a la estratosfera con sus muertes.
Quería ser más famoso que Elvis Presley. Lo consiguió. Quizá al precio de su vida. El mismo que pagó Dorian Grey por querer vivir eternamente bello. El ficticio Grey cayó muerto en el suelo, avejentado y desfigurado, tras matar a su propia imagen. Cuesta creer que Michael Jackson no llorase cada mañana ante el espejo antes de preguntarse: ¡¿Qué demonios me he hecho?!
No sabía Michael que el deseo de agradar le acabaría convirtiendo en un personaje desagradable al que la gente evitaba mirar o miraba con repugnancia. Atrás quiso dejar la memoria del niño negro a quien su padre hacía ensayar los ritmos y los pasos de baile a golpe de cinturón contra su piel. Un niño a quien su autoritario y ambicioso progenitor chillaba que era feo y que nunca estaba a la altura. "¡Dios santo, esa nariz es horrible y enorme!", recordaba Jackson que le repetía hasta la saciedad su padre, Joe Jackson, delante de todo el mundo. "Era muy duro", explicó el cantante a uno de sus biógrafos. "Hubiera sido más feliz si hubiera podido llevar una máscara".

La careta comenzó a esculpirse con una primera operación de nariz a principio de los ochenta, en lo más alto de su fama. El niño negro que era adorado por los fans por su cándida voz, su dulce sonrisa y su mirada limpia; el niño de 9 años que junto a cuatro de sus hermanos escribió una página de la historia musical de la Motown bajo el nombre de los Jackson 5; ese niño abandonaba la infancia para entrar en la siempre difícil adolescencia, en su caso complicada con el hecho de que tuvo que optar por una nueva carrera en solitario. Sus biógrafos dicen que Michael odiaba su nariz, que detestaba sus granos adolescentes y que los amigos de la familia que pasaban por su casa tenían problemas para reconocerle. ¿Dónde estaba la monada de 10 años que con ojitos de cordero cantaba I'll be there?
No estaba. No estaría nunca más. Aunque la estrella dedicó su vida a la misión imposible de recuperar una infancia perdida.
Érase una vez... Ése es el letrero que preside la entrada al rancho de fantasía de Neverland, la entrada a un mundo de nunca jamás y niños perdidos como en el cuento de Peter Pan. Ésa es la historia de Michael Jackson, la de un cuento de hadas convertido en aterradora pesadilla, la de un artista infantil, la de un juguete roto como Judy Garland.

La etiqueta impone no hablar mal de los muertos. Por lo que tras el anuncio del fallecimiento de Jackson el pasado 25 de junio se ensalzó la grandeza del increíble músico que fue, la historia que escribió para los anales de la música y la huella que ha dejado en todas las generaciones posteriores. Desaparecieron los Beatles; desapareció Elvis y desapareció Sinatra. Detrás de Jackson no hay nadie de su magnitud ni de su brillantez ni de su popularidad. Sólo le seguía a una distancia bastante prudente Madonna. Más que bastante prudente.

Pero una vez establecido el in memórian era inevitable que las excentricidades, que la megalomanía del Rey del Pop -apodo cuyo bautismo se atribuye a su íntima amiga Elizabeth Taylor, que celebró su octava boda en Neverland- volviera a recordarse una vez más. Las fotos incomprensibles que provocan levantamientos de cejas comenzaron a reeditarse; los juicios morbosos a recordarse; las declaraciones impactantes a imprimirse.
Ahí estaba el niño de Indiana que había conseguido la cuadratura del círculo. El negro que acabó casándose con la hija de Elvis y comprando el catálogo de canciones de los Beatles. El hombre que de tanto intentar borrar el color de su piel, de tanto perder peso, acabó pareciendo una momia. O uno de los zombies del vídeo más famoso de todos los tiempos. El actual Michael Jackson no hubiera necesitado maquillaje ni peluca para aparecer en Thriller. Michael Jackson, el hombre que no era ni blanco ni negro; ni joven ni viejo; ni niño ni hombre; ni heterosexual ni homosexual.
"¿Eres todavía virgen?", le espetó al cantante -que ya pasaba los 35 años- una Oprah Winfrey directa y descarnada en una entrevista que a día de hoy es el programa no deportivo más visto de la televisión estadounidense. "Soy un caballero", dio como ambigua respuesta.

Eran días de tormenta en Neverland. Corría 1993 -atrás quedaba el mayor momento de su
historia musical con el Off the wall y el Thriller de los ochenta- cuando Jackson se enfrentó a la acusación de abusos sexuales a un menor. No sería la primera vez. Evan Chandler, en nombre del pequeño Jordan de 10 años, llevó a los tribunales al Rey del Pop. Jackson dijo entonces que todo era inocente, que su relación era "limpia y espiritual", que sólo veían películas de Disney juntos. El niño habló de sexo oral y describió con detalle el pene con la piel descolorida del cantante, los testículos con manchas blancas que parecían las ubres de una vaca -Jackson siempre alegó en su defensa ante los que le acusaban de querer borrar su raza que sufría de vitíligo, una enfermedad que decolore la piel-. El fiscal del distrito exigió al cantante que mostrara su sexo al juez. El juez le pidió que le enseñara el pene. Para salir de dudas y de paso probar su culpabilidad. Para regocijo de los tabloides...

No hizo falta. Los abogados de Jackson llegaron a un acuerdo privado con la familia para que se retirasen las acusaciones, acuerdo que distintas fuentes cifran entre 20 y 25 millones de dólares. En esos días se sitúa el inicio de la adicción a las pastillas del cantante -aunque ya había flirteado con ellas cuando durante el rodaje de un anuncio de Pepsi los operarios le quemaron el pelo y para contrarrestar el dolor y la humillación se refugió en los calmantes-. En aquellos días oscuros, en la soledad de una habitación rodeada de peluches, de enormes figuras de Peter Pan y de mickeys mouses gigantes, Michael Jackson, que bebía zumos de vitaminas en biberón, decidió contrarrestar los rumores sobre su sexualidad y anunció por sorpresa su boda con Lisa Marie Presley. La ficción -que ambos negaron que fuera tal- duró apenas 22 meses. Un beso en la boca de la pareja a la entrada de los premios MTV en 1994 revolvió el estómago de muchos espectadores. Jackson no era creíble. Como no lo era el beso. Pero ése sólo era el principio de una espiral de locura no superada por ninguna otra figura pública.

Existen otros excéntricos artistas contemporáneos. Alice Cooper, Ozzy Osbourne, Marilyn Mason... Pero Jackson no se quitaba la máscara al llegar a casa. Él era la máscara. Una pantalla que a veces redoblaba con velos sobre su rostro. Como los que colocaba sobre las infantiles caras de sus tres hijos, cuya paternidad está ahora cuestionada. Si el matrimonio con Presley acabó sin descendencia no sucedió lo mismo con el que le siguió años después con Debbie Rowe, la asistente de su dermatólogo -sí, la asistente del dermatólogo, con consulta en Rodeo Drive, y sobre quien ahora se dice que podría ser el verdadero padre-. En duda está la verdadera paternidad de Jackson, la que se mide en espermatozoides, aunque esa batalla está perdida para aquel que quiera librarla. En blanco y negro, sobre el papel y ante los tribunales, Michael Jackson es el padre de sus tres hijos, los concibiera quien los concibiera, sea de quien sea el semen -aunque se escribirá y leerá mucho sobre esto, vaya que si se escribirá-, el material genético no gana pleitos cuando se ha donado y está establecido claramente un progenitor en las partidas de nacimiento. En este caso lo está.

Pero hay quien fomenta la duda. ¿Será porque una enorme fortuna acaba de recaer sobre sus tres hijos? Dos de ellos son fruto de su unión con Rowe. Del tercero dice su partida de nacimiento que la madre es "desconocida". De momento, los tabloides ya informan de que una tal Nona Paris Lola Ankhesenamun Jackson reclama desde Londres la maternidad de todos los hijos del astro. Prince Michael I, 12 años; Paris, 11; Prince Michael II, más conocido como Blanket (manta), 7. A los tres los cuidará hasta el final de sus días por expreso deseo del artista la madre de Jackson, Katherine, de 79 años. Eso dice el testamento que el artista redactó en 2002 y que era desconocido para la familia. También dice que si su madre hubiera muerto antes que él -no ha sido el caso- o lo hiciera cuando él ya no existiese -es el caso-, la custodia de los niños pasaría automáticamente a la cantante y largo tiempo amiga Diana Ross. La estrella deposita todos sus haberes -que aumentan más y más cada día tras su muerte- así como su inmensa deuda actual de 500 millones, en un fondo familiar que administrará la matriarca del clan Jackson. Ni un centavo para el castrante padre. Fuera de su última voluntad queda también su ex esposa Rowe, de forma específica.
El megaimperio de Jackson se construyó sobre la base de cuatro simples pasos. Cuatro pasos hacia atrás que durante la celebración de un especial televisivo conmemorando el 25º aniversario del sello de discos Motown lanzaron a un joven Jackson al estrellato. Con sus pantalones negros pesqueros, sus zapatos castellanos del mismo color, sus toreras y unos calcetines blancos que obligaban a mirar a sus pies, Jackson entró en la historia de la mano del moonwalk. El baile surrealista del genio fue a partir de entonces imitado por miles de niños que abrillantaban el suelo de sus casas descalzos en calcetines tratando de emular al maestro. Cuatro pasos insuperables que convirtieron al artista en el primer negro que formaba parte de la cultura blanca. Rompió la barrera de la raza como luego hizo Oprah, Tiger Woods o Barack Obama.
Eran tiempos aquellos en los que Jackson todavía era más conocido por su música que por su psicodelia. Por venir estaba su segunda acusación de pederastia y un juicio que en 2005 duró 14 semanas y al que, en una ocasión, un casi etéreo Jackson acudió a declarar en pijama, arrastrando los pies junto a su madre, que no le abandonó ni por un momento. Fue absuelto de todos los cargos, excepto del de la sospecha. "Nunca se recuperó de aquello", contaría un amigo cercano.
Para cauterizar la herida que sangraba clausuró el mundo de Nunca Jamás de Neverland (Santa Bárbara, California) y se juró que nunca más volvería al infausto lugar de su linchamiento público. Jackson inició entonces una huida frenética que le llevó a vivir en sitios tan dispares como Bahrein e Irlanda. Por eso sorprendió cuando la familia anunció que los restos mortales del cantante descansarían en Neverland. A una semana de su muerte, el lugar definitivo que acogerá su cuerpo seguía siendo un misterio.
Su personalidad se volvió tan excéntrica que en su habitación instaló una cuna donde dormía su gran amigo Bubbles, un chimpancé junto al que el artista Jeff Koons le inmortalizó en una escultura de cerámica dorada. Su conducta se tornó tan errática que en una ocasión quiso presentar a su bebé Blanket a los fans que reclamaban su persona sacando al recién nacido por encima de la barandilla de la ventana de su habitación de hotel en Berlín. Sus costumbres se convirtieron en carnaza para el amarillismo, como la de dormir en una cámara hiperbárica con el objetivo final de frenar el paso del tiempo. Sus adquisiciones tan disparatadas como su intento de comprar el esqueleto del hombre elefante John Merrick, con quien veía similitudes en su torturada existencia. Su religión cambió, dejó de profesar la fe de su madre, devota seguidora de los Testigos de Jehová, para convertirse al Islam -"llámame Mikaeel"- y coquetear con la Nación del Islam de Louis Farrakahn, una escisión del islam tradicional dirigida a la población negra que tiene controvertidas creencias, como que esta raza es superior.
De lo anterior ha hablado largo y tendido la que fue niñera de los hijos de Jackson y estuvo junto al cantante durante 17 largos años en los que vio y calló -fue despedida en numerosas ocasiones-. No ha callado más. Entre otras cosas, Grace Rwaramba, 42 años, origen ruandés, cuenta que el grupo de Farrakhan hizo creer a Jackson que el alquiler de su mansión en Los Ángeles costaba 100.000 dólares al mes, aunque ella asegura que el precio estaba inflado y la Nación se quedaba con la diferencia.
Esas declaraciones de Rwaramba afectan a la siempre polémica Nación del Islam. Pero son la punta del iceberg en la enloquecida conducta de Jackson. La niñera asegura que en más de una ocasión tuvo que practicar un lavado de estómago al cantante ante su habitual costumbre de mezclar pastillas en cantidades ingentes. Vivía sin rumbo. "De habitación de hotel en habitación de hotel, sin cuidar a sus hijos y sin ser consciente de la realidad", aseguró Rwaramba en una entrevista con el diario londinense The Times. Ajeno al aquí y ahora, Jackson temía a todo el mundo, todos eran considerados enemigos que querían dañarle y, por ejemplo, escondía el dinero en metálico en bolsas de plástico bajo las alfombras o en los armarios.
Rwaramba cuestiona que el artista estuviera preparado para la tarea titánica a la que se enfrentaba: 50 megaconciertos en Londres que debían empezar la semana próxima y cuyas entradas se vendieron en horas tras el anuncio. "¡Cincuenta actuaciones! ¿Qué locura estás haciendo?", le preguntó la niñera confidente. En abril, otra persona cercana al astro, Bryan Stoller, puso en duda que el frágil cuerpo de Jackson pudiera producir la energía necesaria para esas actuaciones. "Me quedé impactado cuando le abracé", recuerda hoy Stoller. "Era como abrazar un saco de huesos".
El caso es que Jackson pasó todos los controles sanitarios que exigía el draconiano seguro médico de AEG, la empresa que gestionaba los conciertos. "Estaba feliz", dijo poco después de conocer su muerte su coreógrafo Kenny Ortega, y una de las personas que vivió las últimas horas de Jackson. La prueba de su buen estado de salud y de que estaba pletórico ante la idea de retornar a los escenarios está en una grabación de 100 horas con todos los ensayos que ha hecho AEG, que ya se frota las manos ante la más que probable idea de editar un DVD que lleve por título: The last concert, el último concierto, dicen fuentes de la industria discográfica.
El día antes de su muerte, Jackson llegó al punto de ensayo en el Staples Center de Los Ángeles -y más que probable lugar para que los fans le den su último adiós en una capilla ardiente abierta al público- sobre las seis de la tarde. Bailó como no lo había hecho desde hace mucho, mucho, mucho tiempo. Corrigió algunos pasos de su cuerpo de baile y confraternizó con todos. Cantó, y la única queja que emitió es que sentía un pequeño dolor de garganta. Nada más.
Poco antes de las dos y media -14.26, para ser exactos- del día siguiente, Jackson abandonaba este mundo. Había comido una ensalada de pollo. Doce horas después de que proclamara su felicidad y dijese que estaba listo para volar a Londres, el cantante expresó sentirse "débil". Sus asistentes le llevaron a la cama. Poco después entraba su médico personal, Conrad Murray -que había pasado la noche con él-, para comprobar cómo seguía quien sin lugar a dudas era su más famoso paciente. Jackson prácticamente no tenía pulso y no respiraba.

El resto es historia. Una llamada frenética a los servicios de emergencia diciendo que Jackson no respiraba. Varios intentos de reanimar su corazón por parte de Murray. Una ambulancia que llegó inmediatamente -aunque fuentes cercanas al hospital dicen que para entonces "su cara ya no tenía vida"- y transportó al artista hasta el centro médico Ronald Reagan de Los Ángeles donde se certificó su muerte.

Los fans comenzaron a llorar su muerte. Todavía hoy la lloran. Desde una cárcel en Filipinas, un grupo de presos le recordaba y le rendía tributo bailando Thriller en el patio del penal. Michael Jackson sabía de la importancia de su vuelta al santuario que para él era el escenario. Sabía que el mundo le esperaba. No quería dejar de ser el Rey pero puede que su endeble físico y sufriente corazón no pudieran con tanta ansiedad. Puede que Michael muriese por necesitar dormir ocho horas en paz, sin sentir dolor, sin sufrir por no estar a la altura de las expectativas, refugiado en el mundo de fantasía que proporciona la química. Como murió Elvis. Como él confesó a la hija del Rey -su esposa- que sabía que iba a morir. "Me temo que acabaré mis días como él". Michael Jackson sólo vivió ocho años más que el Rey, derrumbado a los 42 en el baño de su casa tras una sobredosis de barbitúricos.

5 comentarios:

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