JOHN CARLIN - Johanesburgo - 20/06/2010
Si Argentina llegase a ganar el Mundial, y hay algunos que de manera quizá un poco prematura lo dan casi por hecho, será una victoria para el caos sobre la razón, la inspiración sobre la ciencia. Los defensores de la disciplina militar en el fútbol, cuyo capo di tutti capi es Fabio Capello, habrán sido derrotados por el gran anarcopopulista, Diego Armando Maradona.
Mientras crucifican a Capello, el técnico argentino parece encajar las piezas
De los equipos importantes que hemos visto hasta la fecha en Sudáfrica, el que más ha convencido es Argentina; el que menos, Inglaterra. Cuando Capello anunció su lista de seleccionados, el mes pasado, hubo quien discrepó con una o dos de sus decisiones, pero nadie dudó de la frialdad de sus procesos mentales. Pero, cuando Maradona reveló que ni Javier Zanetti, ni Esteban Cambiasso ni Gaby Milito (gran amigo de Messi en el Barcelona, cuya presencia, se suponía, le brindaría el calor necesario para rendir a su máximo nivel) entraban en su relación de convocados, el análisis fue más por el lado de la telenovela que por el de la lógica. Como han comentado varios observadores argentinos, la cuestión no es tanto si Zanetti es mejor futbolista que Gabriel Heinze, o si Milito o Cambiasso se merecían jugar en función de sus actuaciones en el campo. Todo tiene que ver con jerarquías internas, lealtades personales, antiguos resentimientos, amores y desamores.
La pauta ya se marcó a principios del mandato maradoniano cuando el centrocampista más creativo de Argentina, Román Riquelme, anunció que, por oscuros motivos del corazón, nunca jugaría bajo el mando del dios argentino.
El protagonista de la telenovela siempre es el propio Maradona, cuyas declaraciones son un festín para la prensa: que Pelé pertenece a un museo o que los franceses son despreciables (sin olvidar las contradicciones a lo largo de dos años respecto a Messi); que si su mejor jugador es la clave del éxito de la patria o si es un pecho frío; que si es un chupón o si está en camino de convertirse en el mejor jugador de todos los tiempos. Y para la historia siempre quedará el famoso "¡que la chupen!" dirigido a la prensa argentina.
La polémica mediática persigue a Maradona en todas las fases de su vida. Capello, en cambio, ha tenido una relación excelente con la prensa británica desde que el país más orgullosamente insular de la tierra (por no decir el más eurófobo, xenófobo, misántropo...) y el que inventó el fútbol decidió por segunda vez nombrar a un extranjero como seleccionador nacional, lo que jamás se le ocurriría a un argentino (o a un brasileño, un alemán, un italiano, un español o un francés). Los ingleses han estado encantados con su sargento italiano, convencidos de que lo único que les hacía falta a sus supuestos cracks para conquistar el mundo era un poco de mano dura. Por eso fue que, cuando John Terry tuvo un muy sonado lío de faldas hace un par de meses, el consenso nacional fue que don Fabio había demostrado una vez más su admirable temple al destituirle de inmediato como capitán.
Con lo cual, llegado el Mundial, una buena parte de los que pretendemos imponer un poco de razón sobre los inescrutables acontecimientos que se observan dentro del campo de juego nos pusimos de acuerdo en que Inglaterra era un serio candidato para alzar la Copa más deseada el 11 de julio en Johanesburgo mientras que la surrealista selección argentina estaba condenada al fracaso, por no decir al ridículo. El sereno y sabio Vicente del Bosque nombró a Inglaterra como el gran rival a vencer.
El balance a los nueve días de haber comenzado el torneo no podría ser más diferente. Inglaterra ha hecho dos partidos lamentables frente a Estados Unidos y Argelia y, ante la dificultad que de repente supone vencer a Eslovenia (país de dos millones de habitantes) el miércoles y pasar a la segunda fase, la prensa ya abona el terreno para un ya antiguo rito inglés, la crucifixión del seleccionador.
Los que dudábamos de la condición divina de Maradona, en cambio, nos estamos viendo obligados a cuestionar nuestro agnosticismo. Ha tenido razón en todo. Lo de Pelé: pues Brasil ha empezado el Mundial jugando fatal, Francia, peor; Heinze: marcó un golazo; la convulsa terapia psicológica que le impuso a Messi: perfectamente afinada para que, llegado el Mundial, estuviera anímicamente en su punto.
Todo puede cambiar en el fútbol de un momento a otro, pero, hoy por hoy, solo cabe decir, honrada y humildemente, que, si el dios argentino no existiera, sería necesario inventarlo.
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