Los jugadores paraguayos celebran el pase a cuartos.
Efe
El combinado dirigido por Martino alcanza por primera vez los cuartos de final tras derrotar a Japón en la tanda de penaltis
El equipo suramericano marcó sus cinco lanzamientos, mientras Komano erró el tercero asiático
Miguel A. Herguedas
Pretoria
Actualizado martes 29/06/2010 19:41
No daban sombra los jacarandás, el árbol que adorna las calles de Pretoria, porque la tarde caía gris. Gris plomo en el Loftus Stadium, a la vera de uno de los barrios más seguros de la capital, plagado aquí y allá de embajadas y misiones diplomáticas, con sus muros de hormigón y alambradas. Esa obsesión por la invulnerabilidad fue el único empeño de Paraguay y Japón, que perpetraron un partido donde no hubo forma humana de encontrar una migajita de fútbol. Ni por caridad cristiana. Así que hubo que esperar a los penaltis, al fallo de Komano y al acierto final de Cardozo, para decidir el pase de Paraguay. Y Gerardo Martino, las gafas empañadas por las lágrimas, rompía en llanto emocionado en el banquillo. [Narración y estadísticas]
Por algo andaban tan obsequiosos los hombres de la FIFA, dispuestos a llenar como fuera la tribuna de prensa y los fondos semivacíos. Algo barruntaba la organización para el partido de octavos con menos 'glamour', entre dos equipos que nunca habían superado esa fase del torneo. Pero ni los peores augurios habrían llegado tan lejos. Todo lo malo que pudo pasar, pasó, incluida la prórroga el peor de los escenarios posibles. Dos horas de muermo y hojarasca para decidir el próximo rival de España, si Cristiano Ronaldo no lo impide, claro.
El ritmo cansino siempre favoreció a Paraguay porque lo lleva haciendo toda la vida. Tocando atrás con los centrales, parando el juego, sólo buscando la sorpresa con algún córner o algún balón para Lucas. Japón, con la máscara de cloroformo en la nariz, no se pareció en nada al equipo que había sorprendido ante Dinamarca el pasado jueves. Durante mucho tiempo, al capitán Hasebe, asediado por camisetas rojiblancas, le faltaba discernimiento. Okubo galopaba sin sentido por la izquierda, Endo sólo la tocaba a balón parado y de Honda no había noticia. Los nipones eran un torpe borrón azul sobre la hierba.
Así fue imposible encontrar una jugada de mérito hasta el minuto 22, una sutileza de espaldas de Lucas Barrios, que tiró al suelo a Komano y Nakazawa y topó su disparo en los pies del portero. Ese contacto con el peligro espoleó por primera y única vez a los japoneses, autores de dos acciones fulminantes, sobre todo un disparo al larguero de Matsui, pleno de violencia y precisión, teledirigido al larguero de Justo Villar. Pareció ahí que se animaba la tarde, porque poco después, Santa Cruz desperdició su remate más franco, una pelota suelta en el corazón del área tras un córner de Morel desde la izquierda. Y Honda, en su única acción relevante, estropeó desde la media luna, una interesante incursión de Matsui.
Había choques en los bajos fondos, errores en la entrega y centenares de inútiles disputas. El único capaz de imponer un poco de criterio en esa jaula de grillos se llamaba Ortigoza, número 20, un futbolista sacado de una estampa de color sepia. Espaldas de bracero, pantalón a la altura del ombligo y gesto crispado en la pesada carrera. La antítesis de estos tiempos donde tanto se sobrevalora la imagen. Pero el volante de Argentinos Juniors puso algo de cordura en el pase corto y mucha destrucción en la media. Incluso pudo encontrar la red al poco de volver del descanso tras una pared en la frontal y un disparo abortado por Nagatomo. Una acción similar a la de Benítez sólo dos minutos después, también por la izquierda, barrida esta vez por Nakazawa.
Paraguay tomaba la iniciativa, pero tenía mellado el filo de la espada. Martino quiso afilarlo con Valdez y con Barreto, inexplicable sustituto de Ortigoza. Una propuesta de escaso éxito, porque en las dos áreas el peligro sólo se intuía a balón parado. Japón hacía subir a su central Tulio Tanaka, con su coleta y su nombre de dibujo animado. Pero los envíos de Endo no encontraban premio, así que llegó el tormento de la prórroga. Ahí la tuvo Valdez, tras una preciosa diagonal de Morel, aunque el arquero, con una lectura perfecta, desvió pleno de valentía. Japón sólo se acercó con un libre directo de Honda y una contra por la izquierda de Tamada y Okazaki. Pero esas tablas sólo se podían mover con los penaltis. Y allí acertaron todos menos Komano, el lateral derecho, perfilado como un pateador de rugby. El balón rompió el larguero y Cardozo no desperdició el último lanzamiento.
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