22 marzo, 2010

LA PEDERASTIA, LA CRUZ DEL PONTIFICADO DE RATZINGER...

Benedicto XVI celebra el Via Crucis en la procesión del Viernes Santo realizada en el Coliseo de Roma en 2009. Danilo Schiavella

A partir del año 2001 empezó a llegar a la oficina de Ratzinger estos casos
Eran los llamados 'delicta graviora', muy graves y reservados a la Santa Sede
Cuando lo eligieron Papa se propuso limpiar todas las tropelías de los curas
Los primeros casos saltaron en EEUU, y se han extendido a Irlanda y Alemania
También hay casos en Argentina Chile y Brasil, pese al poder de sus Iglesias


José Manuel Vidal Madrid
Actualizado lunes 22/03/2010 20:49 horas

"Habéis traicionado la confianza depositada y debéis responder ante Dios y los tribunales". Es el grito, dolorido y escandalizado, que el Papa Benedicto XVI lanzaba el pasado sábado en su carta pastoral a los fieles de Irlanda sobre los abusos sexuales del clero. Quizás porque el Papa anciano, que llegó al solio pontificio con la misión de limpiar la "suciedad" de la Iglesia, recordaba la todavía más dura sentencia de Cristo en los Evangelios (Mc. 9,42) : "¡Ay de aquel que escandalizara a un niño! Más le valiera haberse colgado una piedra de molino al cuello y arrojarse al mar".

Hace ahora cinco años, el Papa Ratzinger fue elegido en el cónclave para suceder a Juan Pablo II el Papa Magno al que la gente quiso hacer santo súbito en el mismo momento de su muerte. Durante sus 27 años de pontificado, el entonces cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe había sido su ideólogo, su mano derecha y el gran inquisidor doctrinal y disciplinar de la Iglesia católica.

De hecho, a su oficina comenzó a llegar, sobre todo a partir del año 2001, toda la 'porquería' de la Iglesia. En términos canónicos y en latín, les llaman los 'delicta graviora', los delitos que la Iglesia católica considera más graves. Tanto que esos pecados/delitos están 'reservados' directamente a la Santa Sede.

La Iglesia tuvo que cambiar la visión de que 'los trapos sucios se lavan en casa'. Ahora, la ropa sucia se lava y se tiende al sol de los medios
Unos son de carácter doctrinal: consagrar obispos sin permiso del Papa, profanar las sagradas especies o romper el secreto de la confesión. Pero la mayoría tiene que ver con la moral: solicitar favores sexuales en la confesión, absolver al cómplice de una relación sexual o abusar de un menor de 18 años.

De hecho, antes de 2002 había denuncias, pero con escaso eco, que se resolvían siempre en las diócesis. La mayoría de las veces con el traslado de parroquia. O en casos muy graves, con el traslado de diócesis o mandado al cura abusador 'a misiones', es decir, a Latinoamérica sobre todo.

Sin embargo, de puertas para adentro ya había conciencia del problema. En mayo de 2001, por orden de Juan Pablo II, la Congregación de la Doctrina de la Fe, dirigida por Joseph Ratzinger, endureció las penas de varios delitos, con la novedad de la pedofilia.

Además, consciente de lo que se le venía encima, el poderoso dicasterio romano asumió ya el control de esos procesos, para sustraerlos a la órbita local, con la carta 'De gravioribus delictis' (Sobre los delitos más graves). La Iglesia empezaba a tomar medidas, pero siempre a nivel interno. Y siempre considerando a los abusadores como enfermos y pecadores, nunca como delincuentes.

'¡Cuánta suciedad en la Iglesia!'
Pero el proceso comenzó a dispararse. Y por eso el Viernes Santo de 2005, el cardenal Ratzinger clamó: "¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados al Redentor. ¡Cuánta soberbia! La traición de los discípulos es el mayor dolor de Jesús". Apenas un mes después era elegido Papa y tantos los cardenales como el pueblo de Dios sabían que uno de sus objetivos prioritarios iba a ser limpiar la suciedad y el escándalo de los curas, traidores a Dios y a sus votos.
Sabía y sabe Benedicto XVI que, en los casos de pederastia, lo que se está jugando la Iglesia católica es su credibilidad social y su autoridad moral. Las únicas armas que tiene. Esos son sus poderes, aquellas divisiones por las que preguntaba Stalin.

Fiel a su misión, el Papa está dispuesto a cargar con la cruz de la pederastia en nombre de toda la Iglesia católica. Porque también sabe que, para llegar a la alegría de la pascua de resurrección, hay que pasar por el calvario y por la cruz del Viernes Santo.
El calvario de los curas abusadores

John Geoghan, abusó de 130 niños en 20 años en Boston. AP
Porque la Iglesia católica lleva más de una década con esa denigrante cruz a cuestas. El calvario comenzó el 6 de enero de 2002 en la primera página del 'Boston Globe', con la historia espeluznante del reverendo John Geoghan. Con un récord pedófilo escalofriante: abusó de 130 niños durante 20 años mientras sus superiores se limitaban a cambiarlo de parroquia.

Roto el tabú, comenzaron a proliferar los casos de pederastia como setas. Sólo en los primeros seis meses de 2002 fueron apartados de sus cargos 218 sacerdotes y cuatro obispos en todo el país. Y uno de sus cardenales más potentes, Bernard Law, arzobispo de Boston, tuvo que abandonar su diócesis y refugiarse en el Vaticano, acusado de encubridor. Y eso que, en un primer momento, el purpurado se resistía a abandonar su sede, amparado en una consigna que, en aquella época y desde siempre era ley: "La ropa sucia se lava en casa".

Pero en la época mediática y de la globalización, la ropa sucia se lava y se tiende al sol de los medios. Y desde entonces, el goteo de casos ha sido incesante. De Estados Unidos el foco de la pederastia clerical se fijó en la católica Irlanda, uno de los países apostólicos y romanos a machamartillo, quizás para contraponerse a los anglicanos del Reino Unido.
Aquí, el informe Ryan recoge los testimonios de 2.500 víctimas entre 1930 y 1980, en un cuadro de violencia "endémica". Fue tal el escándalo que algunos prelados se vieron obligados a presentar su renuncia y el propio Papa tuvo que convocar a todos los obispos irlandeses a una cumbre especial en Roma.

En las últimas semanas, el foco de atención se desplazó a Alemania, la patria del Papa Ratzinger. De momento afecta a 19 de las 27 diócesis y siguen surgiendo casos. Algunos de ellos muy especiales y llamativos. Por ejemplo, el que indirectamente salpica al propio hermano del Papa, Georg Ratzinger, director del coro de Ratisbona de 1964 a 1994, donde se descubrieron varios casos.

El anciano Georg se ha visto obligado a salir a los medios paras decir que él, como otros muchos en aquella época de ‘la letra con sangre entra’, lo único que hizo fue pegar algunos cachetes a los chavales. Y hasta tuvo que pedir perdón por eso.

Intentan implicar al propio Ratzinger
El efecto contagio fue cundiendo en Alemania y los medios de comunicación empezaron a hurgar en la archidiócesis de Munich de la que Joseph Ratzinger había sido arzobispo entre 1977 y 1982. Y el diario 'Süddeutsche Zeitung' descubrió el caso de un cura acusado de abusar de niños, que fue trasladado en 1980 de Essen a Munich, donde fue asignado a trabajar en la comunidad de la Iglesia local.

También allí habría cometido agresiones y aún sigue en la diócesis. El diario sostiene que el traslado fue autorizado por Ratzinger, que, por tanto, supo del caso y no lo denunció. El Vaticano replicó de inmediato que el actual Papa es ajeno al caso y que fue el vicario general, Gerhard Gruber, que hoy tiene 81 años, el único responsable. Y Gruber salió a reconocer públicamente su "gran error" de encomendarle trabajo pastoral al cura pederasta, acogido en principio en la diócesis entonces regida por el actual Papa para seguir una terapia de curación.

Y de Alemania a Austria, Suiza, Dinamarca y hasta Italia, la propia casa del Papa. Y el efecto dominó sigue cundiendo. Y ya han aparecido los primeros casos en Argentina Chile y Brasil. Y eso, que, en Latinoamérica, el poder de la iglesia sigue siendo mayor y el temor reverencial de sus fieles, también.
En España, salvo casos aislados, no se han denunciado grandes escándalos y, hasta la fecha, sólo tres curas españoles han ingresado en prisión por abusos sexuales.
Son clavos, sólo clavos de la cruz del Papa Ratzinger.


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