Una pareja se besa con las mascarillas puestas en México DF.- AFP
Las autoridades sopesan la posibilidad de paralizar la ciudad, incluidos el metro, los autobuses y el aeropuerto
PABLO ORDAZ - México - 27/04/2009
La ciudad de México está en silencio, escuchándose a sí misma, sintiendo el ritmo de su respiración bajo los trozos de tela azul. A esta ciudad, que no se amilana ante nada y ante nadie, se le está empezando a notar el miedo en los ojos. Sólo en los ojos. Porque la sonrisa, que es su orgullo y su reclamo turístico, hace dos días que quedó sepultada bajo unas mascarillas que ya usan casi todos, desde los guardias de tráfico hasta los incombustibles mariachis nocturnos de la plaza de Garibaldi.
PABLO ORDAZ - México - 27/04/2009
La ciudad de México está en silencio, escuchándose a sí misma, sintiendo el ritmo de su respiración bajo los trozos de tela azul. A esta ciudad, que no se amilana ante nada y ante nadie, se le está empezando a notar el miedo en los ojos. Sólo en los ojos. Porque la sonrisa, que es su orgullo y su reclamo turístico, hace dos días que quedó sepultada bajo unas mascarillas que ya usan casi todos, desde los guardias de tráfico hasta los incombustibles mariachis nocturnos de la plaza de Garibaldi.
El mundo se prepara para la pandemia
México cifra en 103 las posibles muertes por la gripe porcina
Desde los policías a los mariachis, todos usan ya mascarillas
La totalidad de la población está considerada grupo de riesgo
El miedo va aumentando conforme la cifra de muertos sube -la última oficial es de 103-, pero también a medida que los mexicanos van viendo en televisión que el mundo entero anda preocupado por lo que está sucediendo aquí, por la propagación del maldito virus de la influenza porcina.
Los mexicanos -lo dicen las encuestas y lo puede atestiguar cualquiera que salga a la calle- tienen una desconfianza congénita ante la información oficial. No es culpa del Gobierno actual. O no sólo. Pero lo cierto es que, durante los primeros momentos, el anuncio del brote fue puesto en cuarentena por buena parte de la población. El viernes, sólo unas horas después de que la palabra influenza [gripe en inglés] llegara para quedarse, la gente siguió haciendo su vida como si tal cosa.
Pero ayer, ya no. El jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, no era capaz de disimular su preocupación. Informó de que en las últimas horas se habían producido cinco muertes más en distintos hospitales de la ciudad. Y de que, del 1 al 10 de mes, el estado de alerta ya estaba situado en el número 8. Y eso fue por la mañana...
El presidente del Gobierno, Felipe Calderón, siguió apareciendo muy serio en televisión para llamar una y otra vez a la calma. Insistió en que el Gobierno federal dispone de suficientes vacunas -¿son suficientes un millón de vacunas en una ciudad de 20 millones de habitantes, en un país de 100 millones?-, pero enseguida se puso a detallar las medidas de precaución como si fuera un médico de atención primaria. Una a una, sin saltarse ninguna. Lavarse las manos, ponerse la mascarilla, evitar acudir a sitios concurridos, limpiar con detenimiento las manillas de las puertas y las llaves de los grifos. Por supuesto, nada de besos ni de compartir la cuchara o el tenedor con un posible transmisor del virus. También algo fundamental: "Hay que acudir al médico en cuanto se perciban los primeros síntomas. Se ha demostrado que quien acude pronto, tiene muchas posibilidades de salvarse".
Pero, ¿cómo pudieron acudir pronto los que hace una semana se sintieron mal sin saber que un virus asesino andaba suelto por la ciudad? Los vecinos de México están empezando a atar cabos y a deducir que algunas extrañas muertes ocurridas hace 15 o 20 días bien pudieron deberse a la gripe. Pero hasta el jueves pasado por la noche, nadie avisó de nada. Si a eso se añade que la cifra oficial de bajas sólo incluye a los fallecidos desde el día 13, ¿cuál es en realidad el alcance de la epidemia?
Lo que ya se sabe es que el grupo de riesgo, que en un principio las autoridades había limitado a la infancia y a la vejez, incluye a toda la población. Las pocas identidades que se van conociendo corresponden, de hecho, a personas jóvenes, pletóricas de salud hasta que las visitó la gripe porcina.
Uno de ellos se llamaba Jorge Francisco Guzmán Juárez y tenía 24 años. No había pasado una semana desde que empezó a sentirse mal hasta que, ayer, falleció. Sintió dolor de estómago, escalofríos y fiebre. Acudió a un médico que sólo le recetó un remedio para el dolor de tripa. Cuando sus familiares lo llevaron al hospital, ya llegó inconsciente.
A la espera de nuevos datos de fallecidos, lo que sí ya parece claro es que el jefe del Gobierno del México DF, Marcelo Ebrard, se inclina cada vez más por paralizar la ciudad al completo. Sería la primera vez en la historia. El metro y los autobuses pueden dejar de funcionar en las próximas horas, y las autoridades federales sopesan la posibilidad de cerrar el aeropuerto. Los colegios están cerrados hasta el día 6 de mayo. Ya los aviones llegan casi vacíos. Pero, si de repente dejasen de llegar, esta ciudad conocería un miedo nuevo, impensable. El de quedarse aislada de un mundo que, para lo bueno y para lo malo, siempre hace escala aquí.
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