27 abril, 2009

INFLUENZA PORCINA: UN LLAMADO DE LOS ANIMALES...


Escrito por Leonora Esquivel
27-04-2009
En abril se detectó en México un brote de gripe porcina en humanos que causó más de 20 muertes. Este brote epidémico ha presentado casos en Estados Unidos y ha llevado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a instar a todos los países a que estén alerta a fin de detectar los casos de gripe.
El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos dijo que el virus es una combinación no vista antes de virus comunes entre cerdos, aves y humanos. Aún se desconoce el virus mutante que provocó la enfermedad en los seres humanos y no existe una vacuna para humanos.
La gripe porcina es una enfermedad respiratoria aguda sumamente contagiosa que normalmente afecta a los cerdos. Se propaga a través de pequeñas partículas en el aire o por contacto directo. Según la OMS tiende a infectar a gran parte de la población porcina, causando la muerte de entre 1 y 4% de los afectados. No todos los animales afectados presentan síntomas. La gente por lo general contrae el mal a través de contacto con cerdos enfermos, aunque se ha informado de algunos casos limitados de contagio entre humanos.
Alertas van y vienen y la población ha comenzado a entrar en una especie de pánico. Debemos tomar medidas precautorias y darle la merecida importancia a este asunto. Sin embargo, me pregunto si somos capaces de ver todo lo que hay detrás de estas epidemias. Hace años fueron “las vacas locas”, después la gripe aviar y ahora esto. Por más que nos avisen que no hay riesgo al comer productos porcinos pues el virus se elimina a altas temperaturas, la reflexión que deberíamos hacernos va más allá.

Criamos miles de millones de animales en condiciones de poca higiene y hacinamiento. Los animales criados como comida no realizan nunca sus comportamientos naturales; ni siquiera se aparean de manera natural. Viven en bodegas, establos, sin ver la luz del sol, alimentados de manera artificial con piensos que contienen incluso deshechos de otros animales. Se les hormona para que alcancen su peso en pocas semanas, se les satura de antibióticos para evitar que se enfermen. Los males que ellos desarrollan son también consecuencia de las condiciones en las que viven, y entonces hay que crear vacunas para que no se contagien, y así sucesivamente.
Nuestra civilización no aprende a través de las causas -si es que aprende. Es capaz de repetir una y otra vez los mismos errores y no irse a la raíz u origen del problema. Ve solamente los efectos y se centra en descubrir maneras cosméticas y pasajeras de controlarlos. Todo lo que le está sucediendo al planeta es consecuencia de acciones humanas. Si bien siempre ha habido extinciones, epidemias, catástrofes, modificaciones en la temperatura, esto se daba lo largo de mucho tiempo, cientos o miles de años. En cambio ahora es la rapidez, frecuencia y aceleración de estos fenómenos lo que llama la atención.
Cuando ocurrió lo de las “vacas locas”, mucha gente dejó de comer carne roja, la industria registró pérdidas y millones de reses fueron matadas para evitar la propagación de la enfermedad. Con la gripe aviar sucedió algo similar y también millones de aves fueron enterradas o quemadas vivas. Ahora seguramente se están exterminando miles de cerdos para intentar controlar la epidemia. Después de la creación de la vacuna la gente volvió a retomar sus hábitos gastronómicos y todo pareció quedar en el olvido. En lugar de que a partir de ese momento la industria cárnica haya decaído, parece que regresa con más fuerza que nunca, colocando a México en sexto productor mundial de ganado y segundo en obesidad.
¿Coincidencia?
Los humanos nos dejamos llevar por el momento, por la inmediatez, sin pensar en las consecuencias futuras de nuestras acciones o en las causas que originan tal o cual suceso. Somos incapaces de ver que todo está interconectado. Que estas enfermedades son un llamado para modificar nuestros sistemas alimenticios y de producción, que es tal vez la única manera en que los animales dicen ¡basta! Pero nosotros cerramos los ojos y nos centramos en la manera de seguir perpetrando nuestros hábitos por más dañinos o costosos medioambientalmente que sean.
Porque no queremos cambiar nada. Hemos comido animales desde hace miles de años y aunque cada vez hay más evidencia de lo insostenible que es, de las consecuencias que tiene para la salud, y las fuertes implicaciones morales que conlleva, insistimos en perpetrar sistemas de producción antinaturales y crueles, donde los animales son vistos y tratados como meros objetos.
En lugar de enriquecer a los laboratorios responsables de elaborar las vacunas contra este tipo de epidemias, los gobiernos deberían replantearse nuevas formas de alimentar a una población en un planeta con cada vez menos recursos. Y nosotros como individuos deberíamos tener más sensibilidad y detenernos a pensar qué nos quieren decir el planeta y sus habitantes no humanos y por qué nos cuesta tanto escucharlos.

¿Tenemos que llegar a este punto para modificar nuestros hábitos de consumo o hay vías menos drásticas para optar por una transformación?

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