Yo, LIDIA JIMÉNEZ / FERRAN BALSELLS
La estricta seguridad de la V Cumbre de las Américas, con 34 jefes de Estado y 26.000 personas acreditadas, genera situaciones caóticas y anécdotas presidenciales
LIDIA JIMÉNEZ / FERRAN BALSELLS - Puerto España (Trinidad y Tobago) - 20/04/2009
"La Bestia" aterrizó antes que Obama en la Cumbre de las Américas que se celebró el pasado fin de semana en Trinidad y Tobago. La limusina a prueba de misiles que blinda al presidente de EEUU en sus viajes, apodada The Beast por su descarado tamaño, pasó la noche en Puerto España, capital del país, mientras las 26.000 personas acreditadas iban llegando al aeropuerto.
LIDIA JIMÉNEZ / FERRAN BALSELLS - Puerto España (Trinidad y Tobago) - 20/04/2009
"La Bestia" aterrizó antes que Obama en la Cumbre de las Américas que se celebró el pasado fin de semana en Trinidad y Tobago. La limusina a prueba de misiles que blinda al presidente de EEUU en sus viajes, apodada The Beast por su descarado tamaño, pasó la noche en Puerto España, capital del país, mientras las 26.000 personas acreditadas iban llegando al aeropuerto.
Durante los tres días de reuniones plenarias, la limusina barnizada con aluminio, acero, titanio y cerámica, y la banderita de EEUU en el lateral derecho, salió y entró en varias ocasiones del hotel Hyatt, sede de la cumbre. Lo que no se sabía hasta ayer es que a la ciudad caribeña no llegó una sola bestia, sino dos. Una réplica exacta del vehículo indestructible sirvió para despistar a cualquiera que aspirara a ver al codiciado Obama. "Todos esperaban que en el primer Cadillac viajara el presidente. El otro, exactamente igual y con la matrícula duplicada, se escondía entre otros carros de seguridad y entraba directamente en el garaje del hotel. Nadie pudo verlo". Así explicaba a este diario la triquiñuela el vigilante de la puerta trasera del Hyatt, que prefirió mantenerse en el anonimato.
Las anécdotas de la Cumbre, protagonizadas por presidentes, periodistas y miembros de seguridad, han sido cotidianas durante todo el fin de semana. Pasar cientos de controles, esperar largas colas o firmar varios documentos para asistir a una reunión de Estado parece algo lógico en un evento plagado de jefes de Gobierno. Lo que no resulta tan normal es el comportamiento de algunos guardaespaldas de la Casa Blanca, que se liaron a empujones y puñetazos con fotógrafos, la avalancha de periodistas que en ocasiones pisoteaba a sus compañeros en el suelo o algún que otro zapato perdido en el caos de algún acto significativo.
Las estrictas medidas de seguridad lidiaron con la insistencia de algunos presidentes a romper el protocolo. El líder boliviano Evo Morales sorprendió a todos el domingo posando para las cámaras vestido de futbolista y completamente sudado. Un par de horas antes, trajo de cabeza a su servicio de seguridad al salir del hotel y exigir a los agentes que dejaran pasar a un fotógrafo no acreditado para entrar al recinto. Morales necesitaba completar la alineación de su equipo para jugar un partido que él mismo organizó con delegados y periodistas. Venció el presidente por 6-3 e hizo correr el rumor de que había sido el autor de un gol.
Otros, como Hugo Chávez, también insistieron en saltarse el protocolo pactado. El mandatario venezolano, con su chaqueta militar y camiseta roja, rompía la barrera de seguridad para responder a algún periodista, asesor o cualquiera que le requiriera. "Le habla a todo el mundo porque no tiene tiempo de organizar ruedas de prensa", alegó un miembro de su delegación. El comandante logró que su llegada revolucionara a los periodistas, ansiosos por poder recoger sus declaraciones. "Chávez sabe manejar muy bien a las cámaras", ironizó Obama al final de la Cumbre.
Mucho antes, el sábado por la mañana, la peridista venezolana Vilma Canelón, fue arrasada por un huracán de reporteros en busca de exclusivas. Obama había entrado en la sala. Entre el caos de objetivos, micrófonos y cuadernillos, Canelón perdió su zapato de tacón negro. Cuando todos fueron expulsados del edificio, un caballeroso "señor extranjero" preguntó una a una a todas las mujeres a ver a quien pertenecía el zapato perdido. "Como en el cuento de la cenicienta", relató Canelón, sin poder contener la risa mientras narraba su historia. La separaban del presidente unos 50 metros, sólo que con una barrera de guardaespaldas de por medio.
El caos generó también situaciones violentas. Al segundo día, los miembros de seguridad más variopintos (cada presidente se trajo a cuerpos de vigilancia de su país, unos con traje militar, otros de riguroso blanco, algunos con metralletas) se encargaron de impedir el paso a un grupo de fotógrafos. Cuando uno de los reporteros gráficos se saltó un requerimiento, realizar fotografías cuando le habían pedido lo contrario, la seguridad estadounidense perdió los papeles. "Hubo puñetazos en el estómago y empujones", describió un delegado de Honduras. La escena no llegó a más pero la Casa Blanca obligó a desalojar todos los pasillos del hotel hasta el final de las reuniones.
El personal de seguridad de Chávez también vigiló el más mínimo detalle. Mucho antes del inicio de la Cumbre, según fuentes del Hyatt, ya habían viajado a Puerto España para inspeccionar el edificio "incluidos todos los tejados". En el hotel en el que se hospedaba, el Kapok, a unos cinco minutos de la sede de las reuniones, decenas de perros ataviados con la bandera venezolana husmeaban cada pasillo día y noche. Si el ascensor se abría en la planta 5, donde dormía el presidente, un hombre gigante, también con la bandera venezolana bordada en el traje, se encargaba de impedir el paso sin dar opción a explicaciones. El Kapok recordará durante tiempo la barbacoa con que la delegación venezolana celebró su llegada el sábado por la noche. "Se lo pasan en grande pero lo más divertido es oírles pedir las cosas en inglés", contaba un camarero. "No les critico: mi español también es muy malo".
Hugo Chávez, con su incontinencia verbal, intervenía en las reuniones sin esperar su turno. A los pocos minutos de comenzar una de las sesiones, apareció el comandante con decenas de periodistas siguiéndole e intentando entrar en la sala. Las llegadas del venezolano a cada acto eran siempre apoteósicas. Nada más sentarse, en el primer puesto a la derecha del presidente trinitense, Chávez le interrumpió. Mientras George Maxwell Richards hablaba de un cambio de las relaciones entre los países que se conseguirá con el tiempo, Chávez saltó en inglés: "¿How much time? ¿How much time?" (¿Cuánto tiempo?). Todos se rieron, excepto Richards.
Pero el que más juego ha dado ha sido el presidente de Estados Unidos. La táctica del despiste utilizada por sus cientos de agentes de seguridad traía locos a cámaras, fotógrafos, redactores y personal organizativo. Todos querían retratar a Obama. O, al menos, verlo en persona. La ministra de Relaciones Exteriores de El Salvador, Marisol Argueta de Barillas, fue una de las afortunadas. En la primera sesión de deliberaciones aprovechó que su presidente estaba sentado junto al estadounidense para acercarse a él hasta siete veces. Obama, lo más educadamente que pudo, trató de despedirse de ella las mismas siete veces para volver a su sitio.
Pero el que más juego ha dado ha sido el presidente de Estados Unidos. La táctica del despiste utilizada por sus cientos de agentes de seguridad traía locos a cámaras, fotógrafos, redactores y personal organizativo. Todos querían retratar a Obama. O, al menos, verlo en persona. La ministra de Relaciones Exteriores de El Salvador, Marisol Argueta de Barillas, fue una de las afortunadas. En la primera sesión de deliberaciones aprovechó que su presidente estaba sentado junto al estadounidense para acercarse a él hasta siete veces. Obama, lo más educadamente que pudo, trató de despedirse de ella las mismas siete veces para volver a su sitio.
El líder estadounidense divertía a los que conseguían hablarle por el uso presidencial de un Spanglish perfecto. "Mu cho gus to, my friend", contestó al nicaragüense Daniel Ortega. "¿Có mo es tás?", respondió a Chávez después de que éste le regalara un libro.
El domingo, el periodista argentino Ernesto Behrensen, del diario Clarín, vivió otra experiencia "inolvidable". En la reunión de los países sudamericanos con EE UU, un guardia de seguridad que, según su testimonio, "medía dos metros", le agarró por la cintura y "como si fuera una bailarina, con las patitas colgando", le sacó de la sala al vuelo.
Tras la clausura de la Cumbre, la protagonista fue la siempre sonriente presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Una ventanilla agrietada en su avión privado, el T-01 (al que los argentinos se refieren como el Tango) hizo que tuviera que hacer un aterrizaje forzoso en Caracas. Chávez le ofreció gentilmente uno de sus jets privados pero sólo con plaza para seis personas. Kirchner tuvo que elegir de entre sus asesores a cinco acompañantes. A los hombres de su delegación no les importó quedarse en Puerto España: se fueron encantados a ver por televisión el Superclásico del fútbol argentino, Boca Juniors contra River Plate. La tensión entre los seguidores de cada equipo quedó en nada, el partido terminó en empate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario