El Estado, es sabido, constituye el gobierno de la Naciòn.
La Naciòn, que entre nosotros funciona a manera de repùblica, tiene su asiento habitual, su ubicaciòn, en el espacio geogràfico, sobre un territorio al que se llama paìs. Los integrantes de esa Naciòn, sus ciudadanos, son incitados a amarla y respetarla insuflando en ellos, desde pequeños, una serie de historias, en parte verdad y en parte fantasìa. Ello tiene como finalidad sembrar y hacer crecer el sentimiento de Patria.
El tèrmino patria que arranca del genitivo latino -patri- que significa del `padre, se usa para sintetizar en un solo concepto, lleno de belleza y hondos sentimientos, a la naciòn, al Estado, al paìs y sus habitantes.
El tèrmino patria que arranca del genitivo latino -patri- que significa del `padre, se usa para sintetizar en un solo concepto, lleno de belleza y hondos sentimientos, a la naciòn, al Estado, al paìs y sus habitantes.
Decir amar la patria tiene sus bemoles. La patria no se ama porque sì, no. El sentimiento de amor patrio, ademàs de implicar el amor a todas esas cosas ya dichas: paìs, naciòn, Estado, compueblanos, incluye ademàs un ingrediente fundamental, mis posesiones y bienes personales. Sean ellos muebles o inmujebles. Estos ùltimos nos enraizan màs.
El que no tiene estos bienes no tiene tampoco Naciòn, ni Paìs, ni Estado y muchìsimo menos patriotismo, Muchos por confusiòn, con una gran miseria, "dicen" ser grandes patriotas, y sencillamente es imposible a menos que no se luche con una ideologìa determinada por el cambio radical, dentro del sistema, para disfrutar de èl. Entonces ya esos estàn en otro plano.
La gentes es y se siente ser donde estàn sus bienes. Donde tiene su seguridad, sus haberes y su vida estable, por ello, es probable que màs del ochenta por ciento de los dominicanos no tienen patria a pesar de que estèn inscritos en el Registro Electoral, tengan cèdula y en Acta de Nacimiento conste que son dominicanos.
A los muy pobres que son los màs, se les enseña amar una patria que es una ficciòn para ellos. El hombre es como los àrboles, echan raìces. Donde està plantado un àrbol, està su alimento y su vida. En ese punto crece. En ese punto se hace frondoso, umbroso y fructicador, no en otro.
Pero el dominicano de hoy es un àrbol sin raìces. Los àrboles cuando no tienen raìces se secan porque no tienen de donde chupar de la tierra la ricura de sus nutrientes. Al secarse se vuelve mustio, fràgil, estèril.
Pero los àrboles aunque viven, una vida que los sabios llaman vegetal, no sienten ni razonan, por lo tanto cuando estàn en condiciones pèsimas, asì se quedan, y asì mueren penosamente erguidos. En el hombre es otro cantar.
Su deber y su derecho es luchar. No dejarse morir mansamente. No dejarse arrebatar lo que es suyo. Luchar dentro del sistema, para cambiar de èl lo que no sirve. Luchar por una democracia viva, verdaderamente participativa en el campo econòmico y no digamos en el polìtico.
Esa lucha no tiene que ser necesariamente con las armas al ristre. La denuncia insistente. La protesta firme y civilizada. La disposicòn indoblegable de ser tratados con el respeto y el cuidado que la condiciòn humana exige. La resistencia pasiva y nada vocinglera.
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