08 septiembre, 2007

LOS MEDICOS......

Sesiòn del Primer Congreso de Medicina y Cirugìa celebrado en Santo Domingo, presidido por el Dr. Arìstides Fiallo Cabral. A su lado el Dr. Ramòn Bàez y el Dr. Grullòn (Foto de 1911)

En uno de los fines de semana del mes agosto recièn pasado, lo dedicamos exclusivamente a ordenar nuestra biblioteca, es trabajito nada fàcil .

Puès bien en esta tarea de organizar, hacer un listado de los libros, me he encontrado con interesantes obras de autores dominicanos, bien añejas por cierto...entre ellas una alentò mi curiosidad, se llama " SANTO DOMINGO DE AYER, Vida, Costumbres y Acontecimientos", su autor: EDUARDO MATOS DIAZ.

El libro tiene un capitulo titulado "LOS MEDICOS", inmediatamente llegò a mi mente el dilema eterno que estamos viviendo con el Sistema de Seguridad y su implementaciòn, el dime y diretes de los mèdicos y afiliados, bueno el cuento de nunca acabar y que llevaba la friolera de 5 años, casi nada.

Aquì, con gràfica y todo parte del contenido del libro que consta de 17 capìtulos.

"Para entonces la Capital contaba con muy pocos mèdicos. Entre los màs connotados y que màs clientela tenìa podìan citarse los siguientes: El Dr. Juan Ramòn Luna, a quien recuerdo en su hogar de la calle Sànchez, tocado por un gorrito de pana negra, bordado en hilo de colores del cual colgaba una bolita de lana tambièn de color; El Dr. Garrido a quien recuerdo vestido de impecable levita de paño y biombo negro; El Dr. Brenes, que segùn se decìa tenìa un mètodo para curar el tètano a base de la hoja de anamù; El Dr. Salvador Gautier, tranquilo y talentoso, que ademàs de medicina, tenìa conocimientos de botànica y de astronomìa y gozaba de una gran reputaciòn como clìnico; El Dr. Octavio Del Pozo, solteròn empedernido, buen conversador, de finas maneras e inigualable agudeza, tambièn excelente clìnico; Los doctores Rodolfo y Baròn Coiscou, mellizos de nacimiento y en la profesion, reposados, pacientes, de hablar pausado y persuasivo; el Dr. Marchena, escrupuloso, algo nervioso y anecdòtico, bajo de estatura, siempre vestido de negro, de pelo y barba cerrada y negra como el plumaje de un cuervo, buen conversador, inteligente y astuto; El Dr. Valdez, excelente mèdico general y especialista en tratamiento anti-tuberculosos; El Dr. Fiallo Cabral, (Chachì), imaginativo, estudioso de la filosofìa y de la astronomìa, gran charlista y finalmente abogado.Y en obstetricia y ginecologìa podrìamos citar al Dr. Ramòn Bàez, quien vino a constituir un avance en nuestro medio, en cuanso se referìa al tratamiento de las mujeres embarazadas y a los partos, pues era costumbre que la asistieran parteras o comadronas que nada sabìan de medicina ni de cirugìa y que sòlo ejercìan su oficio de rutina, corriendo la parturienta los consiguientes riesgos.

Entonces no habia dietas durante el embarazo ni gran asepsia, ni observacòn previa de la paciente, ni nada de lo que hubo despuès, y se seguiendo ciertas prescripciones hoy desaparecidas, tales como la cuarentena, la prohibiciòn de comer carnes que no fueran de gallina durante cuarenta dìas y el reposo màs absoluto durante diez diaz.Tambièn era costumbre que los partos se hicieran en la propia casa de la parturienta. Sòlo mucho despuès se estableciò el hàbito de que las mujeres a dar a luz, y tuvieran un tratamiento previo, en una clìnica. En esos tiempos èsto costaba muy poco dinero. Como ejemplo debo decir que el Hospital Internacional, dirigido por el Dr. Arturo Damiròn, y del cual era ginecòlogo y obstetra el Dr. Cohen, cobraba por un parto, con todo y sala de operaciones, medicina, enfermera, hospitalizaciòn y mantenimiento en una habitaciòn privada, durante diez dìas, la suma de cien pesos.

No quiero cerrar este capìtulo sin citar a las màs famosas y experimentadas comadronas de aquel tiempo. Ellas son: Petronila Wilamo, Sofia Olivo y Luisa Sànchez.Los mèdicos generalmente, cuando seran llamados, iban a las casas a visitar a los enfermos y allì mismo les recetaban, haciendo uso de sus vastos conocimiento terapèuticos y posològicos. Pero cuando se trataba de un enfermo grave, a veces se pasaban horas y horas en la casa y con frecuencia se llevaban sus libros de medicina para consultarlos en el propio hogar del paciente.

Cuando pasaban la cuenta aquello sorprendìa por su modestia, salvo, desde luego, en los casos de personas ricas que entonces subìa el monto. Los mèdicos en aquellos dìas ejercìan un verdadero sacerdocio y pocos lograban, en el curso de su vida profesional, llegar a tener una humilde casa en donde vivir.Su traslado a ver un enfermo en su casa, se hacìa en coches tirados por caballos, de esos que todavìa existen y que llamamos "barcos de vela". La carrera debìa pagarla èl paciente: veinte centavos por la ida y veinte por la vuelta, con la particularidad de que el cochero esperaba a la puerta a que saliera el mèdico. Pero cuando la visita se prolongaba entonces cobraba por tiempo, lo màs 80 centavos la hora. Pero no era un coche que el galeno llamaba y tomaba al azar, sino que cada doctor tenia su cochero predilecto que le iba a buscar, le esperaba y le daba servicio, como si el coche fuera propio del mèdico.Una costumbre muy curiosa fue la de poner una soga de lado a lado de la calle para evitar en la cuadra el trànsito de los pocos coches que circulaban en la ciudad, con el fin de que no hicieran ruido, cuando habìa en una casa vecina un enfermo grave, especialmente cuando se trataba de tifo"....

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