10 septiembre, 2007

LAS BOTICAS....

Una botica de la època con los frascos en uso en lugar de patentizados.
Muchas cosas eran distintas a las de hoy y seguiremos poniendo algunos ejemplos.
Las boticas no estaban como en la actualidad provistas de una inmensidad de patentizados de distintos laboratorios del Mundo. Entonces los médicos, haciendo uso de sus conocimiento terapéuticos, formulaban sus propias recetas, según la enfermedad de que se trataba, que las farmacias, o boticas como se les llamaba entonces, preparaban detrás de una especie de escritorio colocado en mitad del mostrador, con un respaldo que ocultaba al boticario del publico. Ahí se tenía a la mano una balanza pequeñita que pesaba milésimas de gramos y un mortero para moler y mezclar las medicinas recetadas.

Los estantes o escaparates no estaban como hoy llenos de cajas y pontigues de medicinas etiquetadas, con fórmulas y nombres científicos enrevesados, sino de frascos de vidrio o de porcelana blancos con orlas y dibujos en dorado, por cierto muy bonitos, con indicación del medicamento que contenían.

Estas boticas tenía como atractivo unos recipientes enormes de cristal, en forma de bolas superpuestas, llenas cada una de un líquido de color diferente, azul, rojo, amarillo, verde, muy llamativos y bonitos, que lucían encima del mostrador.

Los boticarios tenían otra misión que la de vender medicinas y preparar fòrmulas, ya que, en ocasiones, hacìan de mèdicos de los campesinos y gentes pobres de la ciudad que venìan a consultarles y en cuyo menester batìa el rècord Pedrito Polanco, propietario de la farmacia Regina, a quien se le tenia absoluta confianza por su experiencia y acierto en sus recetas.

Aùn recuerdo las principales farmacias de mi època. La Legalidad, llamada màs comúnmente El Pilòn, porque en la esquina del Conde con Sánchez como anuncio ostentaba un pilòn poblado de semiesferas pequeñas de vidrio de distintos colores que lo hacían muy atractivo; la San Josè de Juan Velásquez, en la esquina de El Conde con 19 de Marzo; la San Antonio, tambièn en la calle El Conde, de Renè Rodríguez Oca, etc.

Recuerdo que uno de los alicientes que tenìan esas farmacias para los chicos que ìbamos a comprarles, era la ñapa, fuera de un palito de orozù de agradable sabor, que nos servia para limpiarnos los dientes, o unos granitos de sen-sen que refrescaba y perfumaba la boca, o bien un abanico de papel y, cuando se acercaba el fin de año, un almanaque Bristol del año venidero, que nos fascinaba porque traìa, como los trae aùn, chascarrilos y estampas con leyendas chistosas, a manera de cuentos gràficos cortos.

Pero como no es “vida y dulzura”, las boticas tambièn nos traen recuerdos muy desagradables. No quiero acordarme de los momentos horribles que pasamos cuando nos daban un purgante de manito que, ademàs de ser excesivamente dulce, olìa muy mal, de tal modo, que nos provocaba nàuseas, y què decir del aceite de ricino, trago de sabor insoportable, de que aùn conservo la repugnancia que nos provocaba, no obstante los años transcurridos.
Ref.: Tomado del Libro:Santo Domingo de Ayer, Vidas y Costumbres.
Autor: Eduardo Matos Dìaz.

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