27 abril, 2008

28 DE ABRIL 1965....MEMORIAS DEL FUEGO...

Los soldados invasores desembarcando en Santo Domingo
Apertrechados frente al hotel El Embajador
En el suelo con la finalidad de ser revisados y maniatarlos
El Coronel Caamaño interrogando prisioneros norteamericanos

Tanque L-60 abandonado


Apostados e impidiendo el paso y amedentrando a los dominicanos

Constitucionalistas le dan el frente a las tropas invasoras
En la calle de El Conde con sus fusiles

Carro destruido por los efectos de la guerra
Los alambres que divide la parte Constitucionalista y la de los invasores
Barricadas en el malecòn de Santo Domingo

Registrando a un dominicano en busca de armas


Soldado invasor frente al letrero que los indentifica

Inspeccionando detenidamente por las calles de Santo Domingo
Constitucionalista con sus armas hacia arriba celebrando

Una historica casa de la zona colonial desbaratada por los morteros que llegaban de San Isidro
Los invasores vigilando en los barrios de Santo Domingo

Un Constitucionalista en vigilancia desde la Torre del Homenaje

Desfiles de constitucionalista de la Fundaciòn Patriòtica

Primera plana: 82 Aerotransportada invade Santo Domingo

LA INVASION A REPUBLICA DOMINICANA.

Por Eduardo Galeano,
1965 San Juan de Puerto Rico.

Bosch
La gente se lanza a las calles de Santo Domingo, armada con lo que tenga, con lo que venga, y embiste contra los tanques. Que se vayan los usurpadores, quiere la gente. Que vuelva Juan Bosch, el presidente legal. Los Estados Unidos tienen preso a Bosch en Puerto Rico y le impiden volver a su país en llamas. Bosch se muerde los puños, a solas en el rabiadero, y sus ojos azules perforan las paredes. Algún periodista le pregunta, por teléfono, si él es enemigo de los estados Unidos. No; él es enemigo del imperialismo de los Estados Unidos. - Nadie que haya leído a Mark Twain -dice, comprueba Bosch- puede ser enemigo de los Estados Unidos.

1965 Santo Domingo

CaamañoA la tremolina acuden estudiantes y soldados y mujeres con ruleros. Barricadas de toneles y camiones volcados impiden el paso de los tanques. Vuelan piedras y botellas. De las alas de los aviones, que bajan en picada, llueve metralla sobre el puente del río Ozama y las calles repletas de multitud. Sube la marea popular, y subiendo hace el aparte entre los militares que habían servido a Trujillo: a un lado deja a los que están baleando pueblo, dirigidos por Imbert y Wessin y Wessin, y al otro lado a los dirigidos por Francisco Caamaño, que abren los arsenales y reparten fusiles.

El coronel Caamaño, que en la mañana desencadenó el alzamiento por el regreso del presidente Juan Bosch, había creído que sería cosa de minutos. Al mediodía comprendió que iba para largo, y supo que tendría que enfrentar a sus compañeros en armas. Vio que corría la sangre y presintió, espantado, una tragedia nacional. Al anochecer, pidió asilo en la embajada de El Salvador. Tumbado en un sillón de la embajada, Caamaño quiere dormir. Toma sedantes, las píldoras de costumbre y más, pero no hay caso. El insomnio, la crujidera de dientes y el hambre de uñas le vienen de los tiempos de Trujillo, cuando él era oficial del ejército de la dictadura y cumplía o veía cumplir tareas sombrías, a veces atroces.

Pero esta noche está peor que nunca. En la duermevela, no bien consigue pegar los ojos, sueña. Cuando sueña, es sincero: despierta temblando, llorando, rabiando por la vergüenza de su pavor. Acaba la noche y acaba el exilio, que una noche ha durado. El coronel Caamaño se moja la cara y sale de la embajada. Camina mirando al suelo. Atraviesa el humo de los incendios, humo espeso, que hace sombra, y se mete en el aire alegre del día y vuelve a su puesto al frente de la rebelión.

1965 Santo Domingo

La invasiónNi por aire, ni por tierra, ni por mar. Ni los aviones del general Wessin y Wessin, ni los tanques del general Imbert son capaces de apagar la bronca de la ciudad que arde. Tampoco los barcos: disparan cañonazos contra el Palacio de Gobierno, ocupado por Caamaño, pero matan amas de casa La Embajada de los Estados Unidos, que llama a los rebeldes "escoria comunista y pandilla de hampones", informa que no hay modo de parar el alboroto y pide ayuda urgente a Washington. Desembarcan, entonces, los marines. Al día siguiente muere el primer invasor. Es un muchacho de las montañas del norte de Nueva York. Cae tiroteado desde alguna azotea, en una callecita de esta ciudad que nunca en su vida había oído nombrar. La primera víctima dominicana es un niño de cinco años. Muere de granada, en un balcón. Los invasores lo confunden con un francotirador. El presidente Lyndon Jhonson advierte que no tolerará otra Cuba en el Caribe. Y más soldados desembarcan. Y más. Veinte mil, treinta y cinco mil, cuarenta y dos mil. Mientras los soldados norteamericanos destripan dominicanos, los voluntarios norteamericanos remiendan en los hospitales.

Jhonson exhorta a sus aliados a que acompañen esta Cruzada de Occidente. La dictadura militar del Brasil, la dictadura militar del Paraguay, la dictadura militar de Honduras, y la dictadura milita de Nicaragua envían tropas a la República Dominicana para salvar la Democracia amenazada por el pueblo. Acorralado entre el río y el mar, en el barrio viejo de Santo Domingo, el pueblo resiste. José Mora Otero, Secretario General de la OEA, se reúne, a solas, con el coronel Caamaño. Le ofrece seis millones de dólares si abandona el país. Es enviado a la mierda.
1965 Santo Domingo

132 noches
Ha durado esta guerra de palos y cuchillos y carabinas contra morteros y ametralladoras. La ciudad huele a pólvora y a basura y a muerto. Incapaces de arrancar la rendición, los invasores, los del todo poder, no tienen más remedio que aceptar un acuerdo. Los ningunos, los ninguneados, no se han dejado atropellar. No han aceptado traición ni consuelo. Pelearon de noche, cada noche, toda la noche, feroces batallas casa por casa, cuerpo a cuerpo, metro a metro, hasta que desde el fondo de la mar alzaba el sol sus flameantes banderas y entonces se agazapaban hasta la noche siguiente. Y al cabo de tanta noche de horror y de gloria, las tropas invasoras no consiguen instalar en el poder al general Imbert, ni al general Wessin y Wessin, ni a ningún otro general.




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