05 noviembre, 2007

"VES GENTE QUE TE DUELE, AMONTONADA. ESTÀ TODO DEVASTADO"

Miembros de la Defensa Civil cubren el cadàver de una mujer en la localidad dominicana de Villa Altagracia. EFE

Supervivientes de la tragedia relatan testimonios desgarradores tras el paso de Noel por República Dominicana, donde la tormenta ha dejado más de 90 muertos.

IBAN CAMPO (Enviado especial) - Guananito - 05/11/2007
Fuente: Periòdico: EL PAIS

Supervivientes de la tragedia relatan testimonios desgarradores tras el paso de Noel por República Dominicana, donde la tormenta ha dejado 90 muertos “Señor, ten misericordia, por favor, ten misericordia”. Reyes Amparo De León dormía la noche del domingo 28 de octubre con su marido y un nieto en su casa de La Cueva del Duey. “Sentía la lluvia. Le dije a mi esposo que nos teníamos que ir, que el río se iba a meter, y él decía que no. Sentía el olor del río. El agua entraba. Le dije que yo me iba con mi nieto. ‘¿Y me vas a dejar aquí?’ Sí, porque si no nos vamos nos van a hallar muertos. Abrí la puerta y una masa de agua nos arrastró”.

Esta mujer es una de las supervivientes de la tragedia causada por la tormenta tropical Noel, que a su paso por República Dominicana ha dejado hasta el momento, oficialmente, cerca de 90 muertos y 50 desaparecidos, además de unos 66.500 damnificados y millonarios daños materiales.

“El río nos tiró a un lado y conseguimos llegar hasta un palo. Era como la una de la noche, y pudimos quedarnos ahí hasta el día siguiente”. Apenas una semana después, Reyes, sentada en los bajos de una casa de Guananito, un poblado de Villa Altagracia, a 42 kilómetros al noroeste de Santo Domingo, habla bajito. “Por la mañana, vimos en la loma una casita y fuimos para allá. Estuvimos tres días, hasta que nos pudieron rescatar porque otra de las personas que estaba en esa casa pudo hablar por celular”. Salvó a su nieto, pero perdió a otros, y a una hija. “Yo sólo le oraba al Señor, porque soy cristiana, y le oraba, y le pedía que nos dejara vivir. Y le decía a mi esposo que orara, y me respondía que lo estaba haciendo. ‘Pero más rápido, que no se siente’, le chillaba yo”.

Francisco Pimentel no tuvo tiempo de rezar: “Me levanté y vi que el río se había metido. Salimos corriendo hacia la loma”. Pero las aguas sí arrastraron a su hermana, a su cuñado y a siete sobrinos, al igual que se tragaron a varios familiares de Ramón De los Santos. Camina rápido, con una bolsa en la mano, como si la tragedia no fuera con él. Hay una explicación lógica: “Al día siguiente decidimos no darle mente porque si lo hacemos nos van a llevar al 28”, dice en referencia al manicomio que está en ese kilómetro de la Autopista Duarte, la principal del país.

Una señora lava un trapo en las turbias aguas del río Guananito, que ya baja manso. A Santiago Aracena le han cruzado a caballo para llegar del otro lado. Llegó a La Cueva, a unas dos horas caminando de donde estamos, para ayudar. “Donde la llave [la confluencia de los ríos El Duey y Haina] había pilas de muertos. Yo encontré nueve, algunos enterrados entre escombros”. Sintió pánico en el lugar donde el olor a descomposición humana ha complicado las labores de rescate de cadáveres —o lo que queda de ellos— por parte de los miembros de Defensa Civil y Fuerzas Armadas.

A Juan Ramón Soto, un hombre entrado ya en años, se le aguan los ojos al recordar a sus amigos. “Es algo doloroso. Subes y ves gente que te duele, amontonada. Está todo devastado”. Se queja de que no se está informando de la realidad. “Decían que aquí había siete muertos, y son más. Hay tres familias que perdieron siete miembros cada una, osea 21”.

Milagros Mejía, presidenta de la Junta de Vecinos de Guananito y mujer con aspecto de armas tomar, cree que hay entre 40 y 45 muertos, “desaparecidos incluidos”, señala. “Manguito sigue boyando [flotando] porque no se le puede sacar de dónde está”.

Lo vio al sobrevolar la zona de desastre junto al merenguero Sergio Vargas, diputado de Villa Altragracia. “Lo que vimos fue tétrico. Una señora estaba incrustada en un colchón. Otro niño estaba semienterrado”, dice. “Nosotros les habíamos conseguido estos solares. Y hasta les incentivamos con un proyecto ganadero que apoyaba la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) para sacarlos de allí. Les dijimos que cambiaran la agricultura por la vida. Pero no lo hicieron, y mira…”.

Todavía hay supervievientes, “unos 60” explica Mejía, “que se resisten a salir de La Cueva aunque estén en una loma preñada de agua que se puede derrumbar en cualquier momento. No quieren abandonar sus cosas”. Miembros del Ejército tienen orden de sacarlos de allí, como ha ocurrido otras veces. Sergio Vargas ha colaborado intensamente en las labores de auxilio. En la explanada de una empresa de cítricos desde la que operan los helicópteros de las Fuerzas Armadas dice que llevaban siete meses denunciando la situación. “No hubo escapatoria, se salvaron pocos”. Pide psicólogos y especialistas en el tratamiento de niños. “Muchos han perdido a toda su familia. Y hacen falta perros y especialistas para bordear el río en busca de más víctimas”.

Toda ayuda es poca es estas tragedias. Un avión fletado por la AECI partió ayer desde los hangares de la base aérea militar de Torrejón de Ardoz (Madrid) con una carga cercana a las ocho toneladas de ayuda humanitaria destinada a República Dominicana y Haití, los dos países más afectados por la tormenta tropical Noel. República Dominicana recibirá dos plantas potabilizadoras aportadas por Cruz Roja Española capaces de purificar 30.000 litros de agua diarios y con la posibilidad de abastecer hasta un total de 2.000 personas. Además, se envían alimentos, medicinas y material de cobijo.

Los militares que están en el lugar comienzan a pedir paso. Llega el presidente dominicano Leonel Fernández. Lleva casi una semana recorrienso las zonas de la tragedia para conocer la situación de primera mano. El mandatario y el diputado se saludan cerca del helicóptero presidencial. Leonel Fernández dice que van a reubicar a los afectados. Vargas le recuerda los desalojos forzosos que hubo en La Cueva del Duey cuando la dictadura de Trujillo, el efímero Gobierno de Juan Bosch, y un tercero hace no mucho tiempo. “Ahora los ha desalojado la naturaleza”, le dice Sergio Vargas al presidente, que se despide para seguir su ruta de desastre.

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