Cambio en la Casa Blanca - La jornada histórica
La victoria del candidato demócrata destruye las barreras raciales y revalida a Estados Unidos como modelo universal - Bush ofrece su total colaboración
ANTONIO CAÑO - Washington - 06/11/2008
Hay momentos en los que algo inexplicable ocurre y el orden del universo se trastoca. La elección de Barack Hussein Obama como presidente de Estados Unidos es uno de esos momentos.
Las elecciones han producido la derrota de toda una clase política
Obama no nació para ser presidente de Estados Unidos. Gente como Obama nunca ha sido presidente de Estados Unidos. Puede ser otras cosas. En un país diverso como éste, puede llegar a ser mucho, incluso secretario de Estado. Pero no presidente. Obama es negro. Es el hijo de un inmigrante africano y una sencilla mujer blanca de Kansas. Nunca ha pertenecido a la élite intelectual o política del país. No es miembro de una familia influyente ni rica. No es el protegido de nadie ni el tapado de nadie ni le debe su carrera al partido. Gente como Obama no es presidente de Estados Unidos. Gente como Obama puede llegar a ser una figura inspiradora del Tercer Mundo, una bonita lámina en la pared, todo lo más. Pero gente como Obama no llega a convertirse en el líder de la nación más poderosa del mundo cuando ya crece el siglo XXI. Obama ha trastocado el orden natural del universo.
La victoria del candidato demócrata destruye las barreras raciales y revalida a Estados Unidos como modelo universal - Bush ofrece su total colaboración
ANTONIO CAÑO - Washington - 06/11/2008
Hay momentos en los que algo inexplicable ocurre y el orden del universo se trastoca. La elección de Barack Hussein Obama como presidente de Estados Unidos es uno de esos momentos.
Las elecciones han producido la derrota de toda una clase política
Obama no nació para ser presidente de Estados Unidos. Gente como Obama nunca ha sido presidente de Estados Unidos. Puede ser otras cosas. En un país diverso como éste, puede llegar a ser mucho, incluso secretario de Estado. Pero no presidente. Obama es negro. Es el hijo de un inmigrante africano y una sencilla mujer blanca de Kansas. Nunca ha pertenecido a la élite intelectual o política del país. No es miembro de una familia influyente ni rica. No es el protegido de nadie ni el tapado de nadie ni le debe su carrera al partido. Gente como Obama no es presidente de Estados Unidos. Gente como Obama puede llegar a ser una figura inspiradora del Tercer Mundo, una bonita lámina en la pared, todo lo más. Pero gente como Obama no llega a convertirse en el líder de la nación más poderosa del mundo cuando ya crece el siglo XXI. Obama ha trastocado el orden natural del universo.
Después de eso, la historia dirá. Pero todo parece ahora posible, más fácil. Se abren las puertas a un nuevo mundo.
La victoria de Obama es simbólica, por supuesto. Pero por lo que resulta tan trascendente no es por su simbolismo, sino porque es real. Ha ocurrido. El mundo ha asistido antes a sueños de cambio, a promesas de que algo nuevo esperaba a la vuelta de la esquina. Pero esta vez el sueño se ha consumado. Obama ha ganado ampliamente las elecciones -en 27 Estados, los más importantes del país, con seis puntos de ventaja sobre John McCain y con 186 votos electorales más que su rival, la más contundente victoria demócrata desde Lyndon Johnson-, y el próximo 20 de enero tomará posesión como nuevo presidente de EE UU. Ha ocurrido. Ya lo dijo él en una entrevista poco antes de anunciar su candidatura presidencial, en febrero del año pasado: "Yo no estoy en esto para ser un símbolo, estoy aquí para ganar".
Y su victoria fue recibida ayer como un hito descomunal por todo el panorama de la política norteamericana, desde George Bush, que le ofreció su total colaboración en la difícil tarea que tiene por delante, hasta el congresista John Lewis, viejo luchador por los derechos civiles y compañero de fatigas de Martin Luther King, quien, como miles y miles de su generación, sólo pudo insistir en que jamás pensó tener vida suficiente para asistir a un día como éste.
Estados Unidos se revalida como la patria de las oportunidades y establece, ante la mirada atónita del mundo, nuevas marcas todavía inimaginables en otras latitudes. El país que liberó a Europa del fascismo y envió a un hombre a la Luna, rompe ahora decididamente las barreras raciales y se convierte de nuevo en el modelo para tantas sociedades traumatizadas hoy por los movimientos migratorios y los choques culturales.
"Si hay alguien por ahí que todavía duda de que América es un lugar en el que todas las cosas son posibles, que todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores está vivo en nuestro tiempo, que todavía sospecha sobre el poder de nuestra democracia, esta noche tiene la respuesta", dijo Obama en la celebración de su victoria.
"Es una respuesta que han dado jóvenes y viejos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispanos, asiáticos, nativos, gays, heterosexuales, discapacitados o no. Los norteamericanos envían un mensaje al mundo de que nunca hemos sido sólo una colección de individuos o una colección de Estados rojos y Estados azules. Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América".
¡Qué gigantesca ola de orgullo nacional se vive en este país! ¡Qué gran dimensión conceden los propios norteamericanos al paso que acaban de dar! El escritor y columnista Thomas Friedman, siempre una voz prudente, calificaba la elección de Obama como el final de la guerra civil que enfrentó a este país en el siglo XIX. Se podría hacer una larguísima lista de elogios de similares proporciones.
Una dosis de sano escepticismo obligaría a poner todo este entusiasmo en cuarentena y esperar a ver si tantas ilusiones no son después decepcionadas en el duro ejercicio del Gobierno. Eso sería lo recomendable tras cualquier elección convencional. Pero ésta no ha sido una elección convencional.
Aquí no se ha producido el relevo de un presidente por otro o el desalojo de un partido por otro que promete hacer las cosas mejor. Aquí se ha producido un cataclismo, la derrota de todo un establishment político que se rinde ante la energía casi revolucionaria de una nueva época. Esto es la toma del Palacio de Invierno en versión moderna y estadounidense, es decir, con Internet, en las urnas y con espíritu aglutinador.
John McCain fue en la noche del martes el primero en sumarse a ese espíritu. "Haré todo lo que esté en mi poder para ayudarle [a Obama] a hacer frente a los muchos desafíos que encaramos y convoco a todos los estadounidenses a que se unan a mí, no sólo para felicitarle, sino para ofrecer a nuestro próximo presidente todos nuestros esfuerzos para construir puentes y acabar con nuestras diferencias", dijo. Fue el primero también en confesar su admiración por el suceso "histórico" del que estaba siendo testigo.
En un país religioso como éste, muchos miraban al cielo buscando explicación. Aquí, en Washington, los jóvenes que llenaron las calles hasta la madrugada tenían una explicación mucho más al alcance de la mano, en la Casa Blanca. El efecto devastador de la Administración de George Bush y su política neoconservadora han sembrado el terreno para este sorprendente giro. La crisis económica y la guerra de Irak son otras razones. Pero ninguna de ellas hubiera bastado para un terremoto de estas proporciones si la decisión no hubiera estado en manos de un pueblo angustiosamente enfocado hacia el futuro.
Y ya está aquí ese futuro - "el cambio ha llegado a América", garantizó Obama-. Y será un futuro, prometió el presidente electo, construido con determinación y humildad, sin banderas partidistas, sobre los valores que todos los estadounidenses comparten y orientado, como la caída del muro de Berlín y el fin del apartheid, hacia el progreso de la humanidad.
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