Actualizado sábado 03/07/2010 18:37 horas
Los ángeles, si es que el cielo existe, deben de jugar como juega Alemania. A la derecha del Creador, en el improbable caso de que haya un trono ahí arriba, avanza desgarbado Müller y se escucha el metrónomo de Schweinsteiger. El fútbol, bendito sea por siempre, es esto y no lo que nos quieren vender otros. Maradona, el rosario en la izquierda, los brazos cruzados sobre la imposible americana, lo probó en su carne mortal. Ciudad del Cabo, el de la Buena Esperanza, fue testigo de una paliza histórica a la albiceleste, un maravilloso 4-0 con doblete incluido de Klose, que ya está a un sólo gol del récord histórico de Ronaldo. Se fue llorando Maxi Rodríguez de pura impotencia, porque el centro del campo argentino, una soberana ruina, fue incapaz de suministrar Higuaín, Tévez y Messi. El mejor jugador del mundo nunca pudo ofrecer réplica al torrente germano. A esto se juega en equipo y así juega Alemania, como los ángeles del cielo. [Narración y estadísticas] [Debate: ¿Debe dimitir Maradona?]
Miraba incrédulo Maradona, cansado ya de sus inútiles protestas al árbitro. No había forma humana de sujetar a esos tipos de negro, que saben ocupar los espacios y moverse sin la pelota. A ver quién es el guapo que les echaba mano. Si les esperabas, conectaban en la zona de tres cuartos con una precisión maravillosa. Müller y Özil se movían gráciles, Schweinsteiger, cada vez más sabio, resolvía con sencillez y acierto. Con este trío a los mandos, más los complementos de Khedira y Podolski, la selección de Löw enamoró una vez más en Sudáfrica. Tejiendo el juego en la primera parte y destrozando después al contragolpe. Ante Argentina, una de las grandes favoritas para el título, rozó la perfección, si es que la perfección existe.
¿A qué iba a temer Alemania? Sin duda a los tres puntas de la albiceleste. Así que para desconectarlos, se adueñó del centro del campo. Fluía el fútbol germano y los argentinos no tenían ni un par de volantes capaces de dar dos pases seguidos. Ni una triste mecha para encender a los tres de arriba. Al cuarto de hora, Messi se venía a campo propio para darle las buenas tardes al Jabulani. Verón se atusaba las barbas en el banquillo contemplando el desharrapado fútbol de su equipo. Si buscan por responsables, pregunten por Mascherano y Maxi. Claro, que centrar el debate en ellos dos no sería de ley. Di Maria, cambiado a la derecha al minuto 20, tampoco encontraba el suministro. Todo el fútbol se cocía en las botas de Bastian Schweinsteiger, dorsal número 7, 13 letras y un magisterio de fútbol.
El centrocampista del Bayern dio una lección de control y toque. Contuvo y distribuyó con sensatez. Ancló a su equipo tras el madrugador 1-0, obra de Müller y asistencia por supuesto de Bastian. Al lado del trabajador y correctísimo Khedira, borró del mapa a los volantes rivales. Era corta la ventaja germana, porque Klose había desaprovechado una espléndida opción a pase de Múller. Messi, impotente en su soledad, tardó casi media en buscar las cosquillas a Boateng por la derecha. Fue un ahogado amago de reacción, un par de saques de esquina y algunos puños de Neuer. Nada demasiado grave para Alemania, que templó gaitas hasta el descanso, guardando la pólvora para cuando fuera menester.
Supo incluso sobrevivir a unos malos minutos en la reanudación, donde faltó precisión y sobraron prisas. Perdió el sitio, se abrió el partido y pudo nivelar la selección de Maradona. Higuaín andaba a la caza del desmarque mortal, aunque casi siempre en fuera de juego. Tévez probó con la zurda desde la frontal, Di Maria seguía caracoleando por el carril del '8' y Lahm sacó el empate al Pipa en oportunísimo cruce. Ahí se acabaron las opciones. Porque llegaba el turno de la brutal réplica germana. Angela Merkel, en el palco, corría como una loca. Leo Di Caprio, Mick Jagger y Charlize Theron no daban crédito. Eso era un festival.
Primero fue Müller, rebelde desde hacía un buen rato por la tonta amarilla que le privará de la semifinal. Se revolvió en una esquinita del área, el trasero en la hierba, para abrir hacia Podolski. Klose, justo en línea, sólo tuvo que dar el pase a la red. Maradona, justo en ese momento, sentó al horripilante Otamendi, para jugársela con Pastore. Pero ni siquiera así podría encontrar la paz. Alemania estaba decidida a dictar cátedra. Especialmente Schweinsteiger, que trazó una diagonal por la izquierda, para entregar el tercero a Friedrich. Agüero se preparaba entonces en la banda y casi se baña en las lágrimas de su suegro. El cuarto, también de Klose, suponía la traca final. Argentina llevaba en el cuerpo una enorme herida. En la grada, sus hinchas no querían ni mirar. Era demasiado doloroso el gran fútbol de Alemania.
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