Crece el rechazo al presidente Préval y a la misión de la ONU
La policía carga para reprimir las decenas de manifestantes
Jacobo G. García Puerto Príncipe
Actualizado miércoles 03/02/2010 13:08 horas
Fuente: Elmundo.es
Nada es lógico en Haití, un lugar donde las fosas comunes tienen el tamaño de un campo de fútbol y hace tiempo desaparecieron los árboles convertidos en carbón vegetal para cocinar. No lo era antes del terremoto y tampoco lo es después. No lo era en el siglo XIX cuando se convirtió en la primera nación en logra la independencia en América, antes de lanzarse a la conquista de República Dominicana, y tampoco lo fue en el siglo XX, descrita por Hemingway en 'Los comediantes' como un país cruel, violento y corrupto.
Tampoco lo es ahora donde la fotografía más habitual en las calles es la de una capital reducida a cascotes y ruinas pero convertida en la mayor concentración de 4x4 recién salidos del concesionario. Todos ellos forrados de pegatinas de organismos vinculados a las Naciones Unidas y a las más de 10.000 ONG's que según EEUU trabajan estos días en el país. Tampoco es lógico que en medio de un desastre de esta magnitud no haya ni un solo piloto, ni un solo helicóptero haitiano.
A las afueras de Puerto Príncipe, entre arena y basuras, un líder comunitario local invita a un puñado de periodistas para que asistan a un acto de homenaje a los muertos por el terremoto, 22 días después. Reunidas en Titanyen, bajo el sol y sobre los muertos que yacen bajo la arena la gente está indignada.
En este mismo lugar están enterradas decenas de víctimas y luchadores de los derechos humanos víctimas del clan del ex dictador Duvalier. Pero ahora, tras el terremoto del 12 de enero ha servido para mezclar con cal viva a los muertos de antes con los de ahora, profanando el simbolismo del lugar. "Aquí están ahora gente valiente y víctimas de la dictadura con gente común y hasta con delincuentes...", protesta una corpulenta mujer tapada con un paraguas y que habla rodeada de vecinos.
El cabreo colectivo va en aumento y lo que era un homenaje se convierte rápidamente en un acto de rechazo a René Préval, el presidente que vive en una comisaría de policía y que sigue sin pisar los cientos de campamentos de desarrapados que se multiplican por la capital del país.
Del homenaje a las protestas y de las protestas al mitin político. Según lo previsto ahora mismo deberíamos estar metidos de lleno en una campaña electoral que desembocaría en los comicios del 28 de febrero, unas elecciones en las que la comunidad internacional ha invertido mucho tiempo y dinero pero que han quedado aplazadas sin fecha definitiva.
En la filípica, cargada de gestos y manoteos la gente asiente cuando se escucha el nombre de Jean Bertrand Aristide, el presidente populista salido de una iglesia al que los americanos sacaron del país en 2004. Ahora él también quiere volver y las pintadas escritas en los pocos muros que siguen en pie "Aristide retour" parecen darle la razón.
No es la primera manifestación de protesta de este tipo. La primera, la semana pasada, tuvo lugar frente a la que es la casa-comisaría de Preval, y ante la que se reunieron varias decenas de haitianos a gritar "estamos hambrientos, tenemos sed, no podemos aguantar más. Queremos comida, queremos agua. Abajo Préval y Viva Obama", gritaban.
La policía tuvo que cargar para hacer retroceder a las decenas de manifestantes. En la última, el martes en la plaza Sain Pierre del distrito de Petion Ville, volvieron a concentrarse unas mil personas para gritar contra el gobierno, pedir comida...y gritar el nombre del antiguo sacerdote salesiano. Un recordatorio más del creciente rechazo que soporta Préval y de que Aristide y su Partido Lavalas (Avalancha en 'créole') aún tienen fuerza política en Haití.
A falta de periódicos y líderes de peso, las paredes parecen la única forma que tienen los haitianos para expresarse. Junto a las que piden el regreso de Aristide hay otra que dice "MINUSTAH=TURISTAH" y que critica con la misión enviada por la ONU al país caribeño y que tiene desplazados en el país más de 9.000 soldados que fueron incapaces de garantizar el reparto de ayuda humanitaria hasta casi 20 días después del desastre.
La pintada aparece muy cerca de la casa donde vivió la hermana de Napoleón, Pauline Bonaparte, convertida hoy en la mejor metáfora del país. La llamada Habitación Leclerc es un palacete abandonado y sucio en el que se combinan los cascotes de los muros recién caídos, con las ratas, las pintadas y los orines acumulados durante mucha décadas.
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