Misa multitudinaria frente al Palacio Presidencial de Puerto Rico
.- J.L. CuestaLos Haitianos rezando durante la misa
La población se cogía de la mano o comenzaba a orar con la cabeza agachada para luego ponerse a cantar con las manos mirando al cielo. A medida que uno se acercaba hasta la plataforma era mucho más difícil caminar. El calor asfixiante provocó desvanecimientos entre varios asistentes, que eran sacados del tumulto en hombros. Los propios haitianos no dudaban en grabar la escena con su videocámara. Apenas había presencia de la Cruz Roja o soldados de la ONU.
En los puestos de comida distribuidos cada pocos metros se vendían zumos, botellas de agua, plátanos fritos, espaguetis, malanga (cerdo) frito e incluso palomitas. Los haitianos comían sentados sobre aceras infectadas de basura para coger fuerzas para una misa que duraría todo el día.
"Toda mi vida está en esta mochila, pero confío en Dios; el nos sacará de este situación", decía Joseph, uno de los asistentes cuya casa quedó hecha añicos.
A ritmo de tambores
Los 217.000 muertos, según cálculos oficiales, las casas derribadas dejando a un millón de personas sin hogar no fueron impedimento para que los haitianos enseñaran su mejor sonrisa por toda la ciudad a ritmo de los tambores con los que se invoca a los 'iwas' (espíruitus) de los fallecidos. Una representación perfecta del sincretismo entre el catolicismo y el vudú, reconocido como religión oficial en 1987 y tan cultivada entre los haitianos, fruto de su herencia africana de creer en el mundo sobrenaturual. Aquella donde los vivos se dirigen a los muertos para pedirles consejo.
A 500 metros de allí, en la Grand Rue, las excavadoras seguían paradas frente a los edificios gubermametales, oficinas y viviendas, donde el penetrante hedor de los cadáveres no sepultados hacía que los transeúntes se taparan la boca al pasar frente a ellos. Miles siguen todavía sin desenterrar.
En muchas carreteras de la ciudad congregaciones religiosas montaban también sus propios desfiles festivos hacia las iglesias. Una furgoneta donde atronaba la misma música y pegadizas canciones que se escuchaban por toda la ciudad abría paso a la marcha cerca de Siver La Plane, donde los asistentes bailaban sin descanso. "Hoy es un día especial; acabamos el luto".
Haitianos rezando durante la misa. J. L. C.
.- J.L. CuestaLos Haitianos rezando durante la misa
Los haitianos, en el homenaje a los miles de muertos. Afp
Roberto Bécares (Enviado especial) Puerto Príncipe
Actualizado lunes 15/02/2010 03:50 horas
Roberto Bécares (Enviado especial) Puerto Príncipe
Actualizado lunes 15/02/2010 03:50 horas
Los haitianos peregrinaron ayer en masa a la plaza del Palacio Nacional de Puerto Príncipe, donde la residencia del presidente René Preval, sigue enseñando sus entrañas, paradigma de un país reventado.
Iban vestidos con sus mejores galas. Portaban flores amarillas y rojas o simples ramas de árboles. Muchos llevaban la Biblia bajo el brazo. Otros la bandera de Haití.
Iban vestidos con sus mejores galas. Portaban flores amarillas y rojas o simples ramas de árboles. Muchos llevaban la Biblia bajo el brazo. Otros la bandera de Haití.
Altavoces puestos en las calles adyacentes escupían música de ritmos neoafricanos. Chicas jóvenes con vestidos coloridos no dudaban en seguir su ritmo. Ayer era día de fiesta. Se cerraban los tres días de luto oficial, de misas maratonianas donde los líderes católicos y protestantes llamaban a pasar página, a seguir alimentando la fe. "Dios quiere al pueblo haitiano", "Dios os quiere ver felices", "Dios os da protección", gritaba un padre católico desde un púlpito enorme donde, acompañado de música, instaba a las miles de personas congregadas a la oración.
La población se cogía de la mano o comenzaba a orar con la cabeza agachada para luego ponerse a cantar con las manos mirando al cielo. A medida que uno se acercaba hasta la plataforma era mucho más difícil caminar. El calor asfixiante provocó desvanecimientos entre varios asistentes, que eran sacados del tumulto en hombros. Los propios haitianos no dudaban en grabar la escena con su videocámara. Apenas había presencia de la Cruz Roja o soldados de la ONU.
En los puestos de comida distribuidos cada pocos metros se vendían zumos, botellas de agua, plátanos fritos, espaguetis, malanga (cerdo) frito e incluso palomitas. Los haitianos comían sentados sobre aceras infectadas de basura para coger fuerzas para una misa que duraría todo el día.
"Toda mi vida está en esta mochila, pero confío en Dios; el nos sacará de este situación", decía Joseph, uno de los asistentes cuya casa quedó hecha añicos.
A ritmo de tambores
Los 217.000 muertos, según cálculos oficiales, las casas derribadas dejando a un millón de personas sin hogar no fueron impedimento para que los haitianos enseñaran su mejor sonrisa por toda la ciudad a ritmo de los tambores con los que se invoca a los 'iwas' (espíruitus) de los fallecidos. Una representación perfecta del sincretismo entre el catolicismo y el vudú, reconocido como religión oficial en 1987 y tan cultivada entre los haitianos, fruto de su herencia africana de creer en el mundo sobrenaturual. Aquella donde los vivos se dirigen a los muertos para pedirles consejo.
A 500 metros de allí, en la Grand Rue, las excavadoras seguían paradas frente a los edificios gubermametales, oficinas y viviendas, donde el penetrante hedor de los cadáveres no sepultados hacía que los transeúntes se taparan la boca al pasar frente a ellos. Miles siguen todavía sin desenterrar.
En muchas carreteras de la ciudad congregaciones religiosas montaban también sus propios desfiles festivos hacia las iglesias. Una furgoneta donde atronaba la misma música y pegadizas canciones que se escuchaban por toda la ciudad abría paso a la marcha cerca de Siver La Plane, donde los asistentes bailaban sin descanso. "Hoy es un día especial; acabamos el luto".
Haitianos rezando durante la misa. J. L. C.
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