La vida de las estrellas que pueblan el firmamento, tienen un ciclo parecido al de los hombres que llenan la faz de la tierra. En el espacio sideral, las estrellas nacen, crecen se desarrollan y se reporducen, entonces su luz es radiante, transparente, envolvente y salutífera.
Aventajan y comienzan paulatinamente a lanquidecer, amarillàndose y opacando hasta que mueren por siempore. Dejando solo una estela perdida y erràtica en el firmamento, eternamente viajente, a millones de años luz y que a veces, sòlo a veces llego como ilusiòn, a herir la retina de los ojos que muy raras veces la contemplan, sin saber a lo mejor, que ya han muerto, desde la tierra.
Entonces tenemos que ese decurso vital de las estrellas, se parece mucho al de de los hombre, con la diferencia que la vida humana se calcula en veinte, cuarenta, sesenta u ochenta años y el de las estrellas en cientos de miles de billones de años. ¡Ah!, otra cosa que tambièn nos diferencia de las estrellas es que esta son mas humildes.
Lo son quizàs, porque aunque tengan mucha luz carecen de una muy importante que es la razòn, y no son conscientes de su propia estelaridad, de su embriagante belleza. Pero esto no sucede asì con los hombres, cuando este ha hecho historia, pues tenemos que cuando un hombre ha tejido a su alrededor el halo fascinante del estrellato polìtico incidiendo en la marcha, para bien o para mal de su pueblo, salvo muy raras excepciones, no quiere ya nunca mas comprender que su ciclo, como el de las estrellas ha terminado, que es hora de empaquetar y ceder espacio a los que vienen al compàs de los nuevos tiempos de la historia, el tiempo polìtico es mas que notorio y nos dicta cátedras al respecto.
Los seres humanos que en alguna u otra ocasión han brillado otrora como rutilantes estrellas del cielo político, enquistados en posiciones de luctante conservadurismo es práctico y saludable desprenderse de la ilusión de permanecer permanentemente.
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