14 junio, 2009

ELECCIONES EN EL PAIS DE LOS AYATOLAS...


Ahmadineyad ahoga la ilusión de cambio
El presidente ultraconservador de Irán es reelegido con el 63% de los votos - La derrota de Musaví desata una de las mayores protestas en una década
ÁNGELES ESPINOSA - Teherán - 14/06/2009

La victoria electoral del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad como presidente de Irán desató ayer una oleada de protestas en Teherán. La revuelta mostraba la profunda desconfianza de los reformistas hacia Ahmadineyad, a quien el Ministerio del Interior atribuye el 62,63% de los votos, frente a un 33,75% de su principal rival, el moderado Mir Hosein Musaví, cuya campaña desató una ola de entusiasmo entre los jóvenes. Musaví acusó ayer a las autoridades de "numerosas irregularidades" y advirtió de "las consecuencias destructivas para el destino del país". La inusitada contestación del resultado, que se reflejó en continuos enfrentamientos callejeros, motivó un llamamiento a la calma del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei.
Musaví: “No me rendiré aunque nos quieran llevara la tiranía”
La intervención del líder supremo muestra la gravedad de la situación
Al grito de "¡dictadura, dictadura!", grupos de centenares de descontentos protestaban anoche en las principales plazas de Teherán, donde los jóvenes quemaban contenedores para expresar su malestar. Los manifestantes pedían "la dimisión del Gobierno del golpe de Estado". La capital iraní no presenciaba disturbios semejantes desde las protestas de estudiantes de 1999.
Las cargas policiales causaron decenas de heridos y algunos testitos aseguraban que hubo disparos al aire. No se tienen noticias de revueltas en otras ciudades, pero el boicoteo de las comunicaciones dificulta la transmisión de datos.
"El presidente elegido y respetado es el presidente de todos los iraníes y todos, incluidos los que ayer eran sus oponentes, deben apoyarle y ayudarle unánimemente", pidió el líder en una declaración leída en la radiotelevisión estatal. Sus palabras intentaban poner fin al enfrentamiento abierto que ha provocado el resultado electoral. La alta participación que se constató en todo el país presagiaba si no un triunfo directo de Musaví, sí al menos un recuento más ajustado que hubiera obligado al actual presidente a medirse de nuevo en una segunda vuelta.
"Los abstencionistas simpatizan con el reformismo y su amplia movilización presagiaba mejores resultados para Musaví", explica un analista aún sorprendido. Pero las cifras facilitadas por el ministerio del Interior no dejan lugar a dudas. En efecto, recogen una participación récord de 39.165.191 votantes, el 85% de todos los electores potenciales. Sin embargo, Ahmadineyad obtiene 24.527.516 votos (el 62,6%) frente a los 13.216.411 (un 33,8%) de Musaví. Los otros dos candidatos, el conservador Mohsen Rezai y el reformista Mehdi Karrubí, apenas lograron un 1,7% y un 0,9%, respectivamente.
Desde primeras horas de la madrugada, cuando empezó a conocerse el escrutinio, los simpatizantes de Musaví salieron a la calle para denunciar el pucherazo. Apenas dos horas después del cierre de las urnas, su candidato se había proclamado vencedor fundándose en sondeos a pie de urna realizados por su equipo de campaña, ya que en Irán están prohibidas las encuestas. Karrubí se sumó a las protestas de Musaví y tachó los resultados de "ilegítimos".

Sin embargo, en un mensaje televisado al país, Ahmadineyad atribuyó anoche las discrepancias a "una guerra psicológica tanto dentro como fuera del país". El presidente insistió en que su reelección fue "libre y saludable" y rechazó las acusaciones de irregularidades de Musaví. "La gente votó por mis políticas", aseguró. En claro contraste, el perdedor de las elecciones no pudo celebrar la conferencia de prensa que había anunciado y tuvo que recurrir a un comunicado para denunciar lo que calificó de "engaño peligroso".
"Advierto de que no me rendiré. El resultado del comportamiento de algunos funcionarios pone en peligro los pilares de la República Islámica y llevará a la tiranía", aseguró con un lenguaje extremadamente duro. Musaví pidió también que se pronuncien los grandes ayatolás de Qom, el Vaticano iraní, donde se concentran varias de las eminencias del chiísmo.
La inusual intervención del líder supremo, un cargo no electo que ostenta la máxima autoridad de la República Islámica, puso de relieve la gravedad de lo que estaba ocurriendo, así como las fisuras en la cúpula del poder iraní. Si la situación ha llegado a este punto es porque Musaví cuenta con el respaldo, entre otros, de Alí Akbar Hashemí Rafsanyaní, uno de los políticos más influyentes de Irán.
Ni Rafsanyaní ni Musaví comparecieron en público ayer, lo que desató intensos rumores sobre que se encontraban en detención domiciliaria. "No tengo noticias de ello, pero tampoco puedo comprobarlo porque se ha cortado el servicio de móviles", explicaba un destacado reformista. Las conexiones de Internet también se ralentizaron sospechosamente a partir de la media tarde. Las dificultades para comunicarse sólo incrementaron el malestar de los iraníes.
No obstante, la prohibición de manifestaciones hasta que se anunciaran las cifras oficiales y unas oportunas maniobras iniciadas por la policía a las cinco de la tarde del viernes, frenaron inicialmente cualquier amago de protesta. En Teherán, el sábado, primer día de la semana iraní, despertó inusualmente tranquilo. La radio anunció en sus informativos de las seis de la mañana el cierre de las universidades y la suspensión de los exámenes. En las principales arterias de la ciudad, un eficaz ejército de empleados públicos había conseguido arrancar la mayoría de los carteles electorales y borrar con pintura blanca las pintadas a favor de Musaví.
El esfuerzo por eliminar cualquier rastro de la reciente fiebre electoral resultó infructuoso. Desafiando la prohibición de manifestarse, grupos de jóvenes protestaron a última hora de la mañana frente al Ministerio del Interior, donde fueron duramente reprimidos. Poco después, unas dos mil personas eran brutalmente desalojadas de la plaza de Vanak donde habían iniciado una sentada pacífica. A medida que avanzaba la tarde llegaban noticias de estallidos espontáneos de descontento en otros importantes cruces de la ciudad.
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EDITORIAL
Elección bajo sospecha
El abrumador y protestado triunfo del presidente Ahmadineyad abre una incierta etapa en Irán
14/06/2009

La arrasadora victoria del fundamentalista Mahmud Ahmadineyad en las elecciones presidenciales iraníes y el aparente fraude que la ha hecho posible abren una nueva e incierta etapa en Irán 30 años después de la revolución islámica. Las multitudinarias protestas ayer en Teherán de los seguidores del moderado Mir Hosein Musaví, reprimidas sin contemplaciones por la policía, dibujan un escenario que podría acabar siendo saludable si la frustración acumulada por los reformistas se transforma finalmente en organizada oposición política contra el Gobierno.
Son muchos los iraníes que parecen no creer en los resultados de unos comicios con participación masiva y calificados de farsa peligrosa por el derrotado Musaví, alguien que no es precisamente un deslenguado. Y que sugieren, en el momento decisivo, una concertación del núcleo duro del poder -ese Estado dentro del Estado que conforman un puñado de instituciones y cuerpos opacos- en favor de Ahmadineyad. La campaña electoral, notable por su vigor en el último tramo, ha puesto de manifiesto serias divergencias en el establishment entre quienes apoyan al ultraconservador presidente reelegido y quienes buscan un cambio social y político que Irán, con un 70% de su población por debajo de los 30 años y tocado económicamente por la bajada del petróleo, necesita desesperadamente.
El estruendoso casi dos a uno del vencedor de los comicios, por inverosímil a tenor de los datos manejados, podría acabar poniendo en duda no sólo la legitimidad del jefe del Estado de la República Islámica, sino la del conjunto del régimen teocrático. La solemne advertencia ayer del ayatolá Alí Jamenei -el no elegido jefe supremo, detentador de todo el poder, teóricamente neutral, pero que ha arrojado su peso detrás de Ahmadineyad- en el sentido de que los resultados oficiales de las elecciones deben ser acatados sin rechistar, tiene mucho que ver con impedir que esa airada protesta expresada en Teherán, la mayor en 30 años, adquiera cuerpo. El sistema político iraní no está dispuesto a tolerar una disidencia que vaya más allá de lo testimonial.
En el exterior, la reelección de Ahmadineyad por cuatro años es, sobre todo, un nuevo jarro de agua fría en la estrategia de Barack Obama y sus expectativas de diálogo, no sólo nuclear, con Irán. Y un acicate añadido para quienes en Israel propugnan una política de hechos consumados hacia el régimen islámico que sigue enriqueciendo uranio. Nadie podía esperar cambios sustanciales en la política exterior iraní ni en sus designios atómicos si hubiera ganado Musaví, entre otros argumentos porque el presidente carece de poderes decisorios en las cuestiones verdaderamente relevantes, competencia exclusiva de Jamenei. Pero resulta indudable que un rostro nuevo y moderado y un cambio de estilo habrían ayudado al progresivo deshielo entre Teherán y Occidente. Un deshielo ahora mucho más difícil e improbable.



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